Por Tony Villavicencio.- En el norte santiagueño se observa una estrepitosa caída en los niveles de consumo de comestibles. Los supermercadistas, almaceneros y los dueños de locales comerciales, se quejan por el bajo consumo y no son pocos los que, por efecto de la crisis económica, bajaron persiana y tuvieron que desertar de la actividad comercial.

En el país, los industriales, las fábricas de lácteos, las panificadoras, los proveedores de comestibles y hasta los distribuidores de vino se quejan por las bajas ventas. El precio de la mercadería todos los días sube, el salario al obrero no le alcanza, perdió poder adquisitivo y en consecuencia bajó el consumo a límites impensados y por estos días la crisis ya se instaló en las mesas de una amplia franja del pueblo argentino.

La inflación ha provocado un mercado interno deprimido y esto fue la tormenta perfecta para que las ventas de los comestibles y derivados cayeran en todo el país y se profundizara en las provincias del norte, donde la recesión se hace sentir sin piedad y más aún en los hogares, donde sacudidos por la desocupación, las familias, camino al exilio de la indigencia, sobreviven con la limosna estatal de un plan social.

En los departamentos Copo, Alberdi y Pellegrini, de la provincia de Santiago del Estero, no son pocas las familias que sobreviven por debajo de los niveles de pobreza, impedidas de acceder al consumo de los alimentos básicos, como el pan, la leche, las verduras, la carne y hasta el vino de los días de ausento.

El pan hoy cuesta entre $40 y $47 el kilo; el paquete de yerba de un kilo entre $55 y $90; el litro de leche entre $28 y $35; el yogur de $30 a $55; la $160 el kilo de picana. Hubo en estos últimos tres años una fuga de precios en artículos de la canasta familiar que en algunos casos alcanzaron el 180% y los hidrocarburos continúan subiendo, por añadidura el transporte también y las mercaderías de masivo consumo se incrementan a niveles estrafalarios.

Por estos días, la crisis se profundiza en el sector de la industria láctea. Los tamberos se quedan con la leche en los corrales, en las fábricas, con los productos elaborados los supermercados vacíos, las tiendas, despensas y otros comercios bajan persiana y todo pasa por la pérdida del poder adquisitivo del trabajador. La crisis, con su efecto dominó, se hace sentir en todos los rincones del país.

Los medios nacionales adictos al gobierno no informan la realidad económica y sus consecuencias sociales. Si reconocen la crisis, lo entretienen al televidente, informando acerca del bajo consumo de vino, que dicho sea de paso, ya no sólo es en el norte de nuestra provincia, donde en otrora se bebía en abundancia. Para estos comunicadores, el eje de la noticia nunca son las 5.000 familias que se quedaron sin trabajo en la cadena productiva vitivinícola de la región de Cuyo, sino que a la crisis se la centraliza y disfraza, informando que los que andan mal son los bodegueros y nada se refieren a los miles de despidos.

Eso también ocurre en la industria textil. No es que el pueblo dejó de vestirse, pero estos medios esconden el fondo de la cuestión, informando que es el sector empresarial el que anda mal y que son los algodoneros del Chaco los que están en crisis con su producción. La realidad es que bajó el consumo porque al pueblo no le alcanza para vestirse.

No hay que ser ecónomo para darse cuenta de que en el país la economía no funciona para el obrero, con simples métodos podemos advertir lo mal que estamos. Si se cierran las fábricas textiles, por el bajo consumo de su producción, no es porque el sector empresarial anda mal, sino porque el pueblo argentino ya no puede acceder a una prenda de vestir, y si nos informan que en la industria láctea, en los últimos tres años despidieron a 6.000 obreros por bajo consumo del producto, es porque el pueblo dejó de consumir la leche y sus derivados y eso significa que en millones de hogares argentinos hay problemas para acceder a los alimentos básicos y cuando ello ocurre es porque la crisis tocó fondo.

Esto se da en un contexto general de alta inflación, potenciado por los tarifazos de la energía eléctrica, el gas y la descontrolada y constante suba de las naftas. Hay un movimiento constante de precios y todo el peso de los aumentos se lo cargan al salario, y de esta manera fueron provocando la caída del poder adquisitivo del consumidor final y la crisis, que gobierna el 60% de los hogares del país.

Sin duda, las industrias lácteas, textiles y la producción alimentaria, cuando no hay consumo se quedan con todos sus productos en las fábricas, y el efecto dominó obliga a los empresarios a achicar su producción, utilizar menos materia prima y en la cadena el que se lleva la peor parte es el obrero, que se queda sin trabajo, desocupado y con una familia que alimentar, vestir, mandar a la escuela, pagar impuestos.

No son pocas las industrias, las empresas de producción alimentarias y los negocios que en estos años bajaron persiana. Los pobres pasaron a ser indigentes y los indigentes tienen graves problemas para acceder a la leche; al pan, artículos básicos para el alimento del hombre. Con esa realidad social y económica, indigna la burla de los funcionarios del gobierno que aparecen en los medios pintando el presente y el futuro argentino de verde esperanza.

Está claro que desde la casa Rosada niegan a la amplia franja del pueblo que sufre los efectos devastadores de un plan económico diseñado a medida del Fondo Monetario Internacional, con claro perfil inhumano se instrumentan políticas económicas que más enriquecen al rico, condena a la pobreza al obrero y expulsa a una legión de familias argentinas a un estado de plena indigencia, sobreviviendo en el país de los alimentos.