Apenas el sol salto sobre el horizonte, el helicóptero comenzó hacer girar sus enormes paletas, al principio lentamente y luego con tanta velocidad q apenas se las veía.

Ascendió lentamente en forma vertical y luego acelero sus motores buscando lentamente mayor altura. Finalmente inclinando levemente hacia delante su transparente cabina partió hacia el Noreste y pronto seria un punto en el horizonte. Los ocasionales testigos de su partida estaban muy lejos de suponer siquiera su verdadero destino y más aún, el propósito que guiaba a sus dos pasajeros, quienes por otra parte, también ignoraban lo que el destino haría con ellos.

A medida que el tiempo transcurría se iban haciendo más escasos los signos culturales del hombre civilizado: sus cementeras, sus caminos, sus puentes solo aparecían allá abajo de cuando en cuando.

Un poco más cerca del horizonte se insinuaban una larga línea brillante que se prolongaba de Noroeste a Sureste. Al principio era casi imperceptible, luego la evidencia del caudaloso Rio Salado apareció en todo su esplendor serpenteando como una gigantesca culebra de plata, entre el tapiz uniforme de un bosque que se hacía cada vez más denso, más despoblado, más agresivo y misterioso.

El piloto les indico que en poco menos de una hora llegarían a “Campo Gallo”. Allí se había adelantado por vía terrestre una suficiente cantidad de combustible, lo que les daría la necesaria autonomía para realizar el recorrido aéreo sobre la zona de interés.

Alberto saco de entre su ropa un paquete de cigarrillos sin empezar, lo abrió y convido al piloto y a su compañero.

  • No fumo rubios- se disculpó el primero.

Normalmente Alberto no fumaba en la mañana, pero ahora era distinto necesitaba fumar. Siempre le ocurría esto cuando estaba excitado. El humo azulado se extendió por toda la cabina formando caprichosas figuras circulares que cambiaban de forma lentamente. Se quedó contemplándolas sin pensar en nada.

Por un momento prolongado nadie hablo. Cada uno pensaba en vaya a saber en qué cosas. Abajo desfilaba sin cesar ese monótono paisaje verde oscuro que se extendía ahora hasta los confines del horizonte y parecía que incluso se prolongaba más allá. En el confín, donde los ojos no alcanzan a percibir, hacia el Norte, alguien busca refugio entre los más denso del bosque al escuchar el lejano roncar del motor.

Antes de mediodía se divisaron las primeras construcciones de Campo Gallo. En realidad, era una población rural que también había nacido al amparo del ferrocarril y, en consecuencia, corría igual suerte que sus similares. El helicóptero perdió altura y por un momento su sombra se fue proyectando en los techos, patios y calles del pueblo. Como era inusual la presencia de este aparato en la zona concitó el interés de todos los habitantes que visiblemente alarmados salían a los espacios abiertos para admirar el engendro volador del hombre moderno. Lo perros, por supuesto ladraban sin cesar, participando de la sorpresa de sus respectivos amos.

En la pequeña pista de aterrizaje que tiene el pueblo ya se agolpaba una multitud de niños curiosos. El comisario del lugar, junto con otros servidores públicos trataba de despejar el sitio, temeroso de que las paletas del aparato desciendan más de lo normal y pudieran causar algún lamentable accidente.

Finalmente, todo volvió a la normalidad en Campo Gallo. Solo la curiosidad infantil que es tan persistente aglomeraba algunos niños cerca del aparato que ahora permanecía callado y quieto desprovisto de “vida”, como un pájaro muerto