Una serie de hechos de violencia criminal vinculados con organizaciones de narcotraficantes volvió a encender las luces de alerta.

Un fuerte operativo con fuerzas de seguridad coordinado entre la Nación y la Provincia, fue la respuesta con la que se busca erradicar a organizaciones que, si no se las desarticula, pueden generar más violencia e inseguridad.

No hay que ser expertos en la lucha contra el narcotráfico para darse cuenta de lo peligroso que es para el conjunto de la sociedad que se mantengan políticas erráticas para enfrentar este flagelo. Basta analizar lo ocurrido en países donde el Estado, que es el que tiene el monopolio legítimo del uso de la fuerza, no logró detener a tiempo a grupos delictivos que crecen a la sombra del tráfico de drogas, para avizorar los males que acechan.

“Con pocas excepciones, los mapas de mayor violencia criminal y más alto índice de homicidios (los mayores del mundo) corresponden a los países con más organizaciones criminales narcotraficantes”, advierte el periodista peruano Gustavo Gorriti, en un artículo publicado en The Washington Post.

En febrero de 2015 trascendió una carta que envió el Papa Francisco a un legislador porteño en la que expresaba su preocupación por el avance del narcotráfico en el país. En la misiva, el Sumo Pontífice reveló que en un diálogo que mantuvo con obispos mexicanos, los religiosos hacen mención al alto costo que debe pagar el país azteca por el avance del crimen organizado en su territorio. Pero no hay que ir tan lejos para comprender el riesgo de no actuar con firmeza frente a estos delitos.

En Rosario, semanas atrás tuvo lugar una nueva escalada de violencia con asesinatos cometidos en la vía pública relacionado con un ajuste de cuentas entre distintas bandas. Poco antes, uno de los líderes de la banda de Los Monos, que permanece detenido, sorprendió a las autoridades judiciales que le preguntaron a qué se dedicaba: “Contrato sicarios para tirarle tiros a jueces”, dijo.

Su descaro refleja, de alguna manera, la gravedad del problema. El doctor en sociología Marcelo Bergman, autor del libro “Drogas, narcotráfico y poder en América Latina”, desarrolla en esa obra uno de los mejores y más completos trabajos para acercarse a la complejidad del fenómeno y entender sus consecuencias. Palabras más, palabras menos, Bergman advierte con mucha claridad sobre cuál es el mayor peligro que enfrenta la sociedad que tolera el crecimiento de estas bandas criminales: la progresiva diversificación criminal que engendra.

“Las bandas que crecen para brindar protección a los carteles van adquiriendo poder de fuego capacidad de corromper a las autoridades, conocimiento de los territorios por donde atraviesa la droga y redes locales”, explica el experto.

“Estas bandas, que en sus inicios eran contratadas por los carteles para brindarles servicios, van adquiriendo una autonomía y generando una estructura de negocio criminal diversificada que excede el transporte, el tráfico, la seguridad y el contrabando, para pasar a incursionar en la extorsión, el secuestro y la trata de personas(...)”, agrega Bergman, a la vez que aclara que este es el “modelo de negocio criminal” más peligroso y el que más se observa a gran escala en Colombia, Venezuela y México.

Una de las críticas más frecuentes que se hace a las políticas de persecución penal que se aplican en la lucha contra el narcotráfico es que el peso recae muchas veces sobre los eslabones más débiles de la cadena delictiva. Sobre este asunto, el autor del libro “Drogas, narcotráfico y poder en América Latina” observa que estas políticas “han congestionado los tribunales y llenado las cárceles de la región de pobres y marginados sin lograr aparentes resultados en la contención del problema”.

En nuestra zona, además, se debe lidiar con el problema de las fronteras porosas por donde el transporte de sustancias no parece ser un problema difícil de resolver para las organizaciones delictivas que asumen todo tipo de riesgos sabiendo que tienen en sus manos un negocio muy rentable que les otorga capacidad de corromper algunos eslabones claves de control. No se debe subestimar el flagelo del narcotráfico. Es un problema complejo, con indicadores preocupantes, que plantea un desafío enorme para las autoridades y, por qué no decirlo, también para toda la sociedad.