Por Tony Villavicencio.- Los femicidios y los suicidios de todos los días, en las tapas de los diarios, es el anuncio de una sociedad que provoca tristeza y soledad.  

En el inexplicable del suicidio, donde el área de la sociedad más proclive a tomar estas decisiones terminales son los adolescentes, los jóvenes; se muestra una sociedad cada día más alejada de los valores humanos.

La familia debe esforzarse para contener a los niños, adolescentes y jóvenes que se encuentran inmersos dentro de una realidad, donde el problema existe, pero para solucionarlo es necesario asumirlo. El mundo está deshumanizado y el peligro al asecho de los sectores de la sociedad más vulnerables.

El consumo de alcohol y otras sustancias alucinógenas (drogas), es una realidad que se deja ver todos los días, en una sociedad la cual, por ser lo que es, provoca tristeza y soledad. Nos referimos a una sociedad que mató los valores espirituales para justificar sus opciones y provocar convenientemente, la soledad.

Se ha creado un ambiente de opresión y despersonalización de la familia, que favorece la eclosión de violencias y revueltas, resultado de la incomprensión más que de la miseria y la pobreza reinante, donde el hombre es el animal más salvaje; por un segundo de odio mata a lo que ama y de esa forma, a los suicidios de todos los días lo acompañan las crónicas de los femicidios. 

En el marco de esta realidad que vive la humanidad, es necesario ubicar en este modelo de sociedad a los adolescentes y a los jóvenes. Y nace el siguiente interrogante: ¿Qué ofrecemos como sociedad, a un ser que está en plena etapa de crecimiento y desarrollo, y lo que necesita desde la misma convivencia son los buenos ejemplos? La violencia en sus distintos modos, es lo que hay para ofrecerle a una juventud que día a día no encuentra su lugar.

En este mundo del individualismo, que es el mundo de lo material, la persona siempre es menos. Menos amor, menos verdad, menos libertad, menos igualdad, menos justicia. Es el mundo de lo superficial y falso, y es lo que tenemos que enfrentar si es que realmente queremos salvar a nuestra juventud, y para vencer en esta lucha, será necesaria la participación de la familia, de todas las instituciones públicas, sociales culturales y deportivas.

Bajo ese marco de conciencia, en el caso de las instituciones de cada una de las ciudades de la provincia, deberían trabajar en todas las direcciones y es la iglesia, la Fe, la que fortalece la espiritualidad de una sociedad que vive momentos difíciles que ante la adversidad debe reaccionar y abocarse a la construcción de un refugio seguro para los niños, los adolescentes y la juventud, que se debate entre la tristeza y la soledad, siendo víctima de una crisis de valores y buscando en el suicidio, la paz que no encuentra en el seno familiar y mucho menos en una sociedad donde se ausentaron los valores humanos.