Por Yicela Villavicencio.- Una buena parte de mi infancia la pasé viendo por las noticias a la monjita que pedía justicia por María Soledad Morales, una joven asesinada en la provincia de Catamarca en manos de quienes conocimos como “los hijos del poder”, en septiembre del año 1990. Droga, impunidad y justicia descocían mi imaginación y despertaban mi atención, eran palabras que sonaban muy fuerte y hoy sé que me consternaban. Siempre tuve inquietudes y fui curiosa, así que no me perdía detalle.

Me llamaban la atención dos cosas: por un lado, lo que habían hecho con María Soledad, su muerte, su vida de adolescente destruida, su futuro truncado, pensaba en sus amigas y en su mamá, y escuchaba con atención, desde la televisión, las denuncias acerca de toda la trama de mentiras en torno a su asesinato. Por otro lado, también impactada, seguía a la hermanita que marchaba y movilizaba una provincia, una región, ¡un país! acompañando a familiares, amigas, compañeras y al pueblo y que se había convertido en una especie de referente para muchos seguramente, tanto como para mí.

Pasados los años (recordemos que los asesinos de la joven se sentaron ante la justicia en el 1998), me preguntaba si la hermana Martha acompaña a tanta gente, ¿a ella quién la acompaña?...  Admiro, hasta el día de hoy, su fortaleza inclaudicable y su capacidad para transmitirla. En ese país nos criamos, entre tantas otras cosas, pidiendo Justicia por María Soledad Morales, marchando junto a las Madres de Plaza de Mayo y rechazando la impunidad, pero ¿hasta qué punto?; toda una generación, cerca o lejos, de la mano de la monja, al menos yo lo sentía así.

La hermana Martha Pelloni una vez más acompaña y contiene. Por qué no decir que otra vez, como lo viene haciendo desde el año 1990, carga con el peso de la búsqueda de justica, pero esta vez en mi ciudad, en este suelo desde donde admirábamos su tarea, donde jamás imaginamos que la sangre de un niño fuera tan violentamente derramada y nos hiciera salir a la calle a pedir Justicia, como la monjita de las marchas de mi niñez. Ella vino a Quimilí para estar físicamente más cerca de la familia de Marito Salto y traernos su mensaje de Justicia y perdón a todos los quimilienses, en la conmemoración por el segundo año de aquel despiadado asesinato, revalidando el pedido social que nos debe comprometer cada día más: el pronto esclarecimiento del peor infanticidio de la historia santiagueña, que permanece en la penumbra de un grueso expediente que pocas verdades contiene y que presenta escuetas intenciones de ser resuelto, pues no vemos que los representantes de la justicia santiagueña y federal estén buscando verdaderas respuestas.

Mientras caminaba en silencio, con la soledad del dolor colectivo de las marchas, pensaba en todos los niños de mi pueblo: “ellos también están creciendo en un medio en el cual, para ser escuchado tienes que salir a la calle a marchar, donde para que la Justicia exista y que ésta medianamente se active, hay que hacer carteles, movilizarnos, un poco gritar, patalear y presionar… decir ¡basta de impunidad!, pero no nos tendríamos que acostumbrar, esto no debe ser así. ¡¡¡Tenemos que luchar por un mundo más justo!!!, basado en el amor al prójimo, la libertad, el perdón; siento que tenemos la obligación moral de pedir que nos digan qué pasó con Marito, por qué lo mataron y que sus asesinos y cómplices sean debidamente enjuiciados, puestos detrás de las rejas y condenados perpetuamente. ¡Tenemos que salir de esa zona de confort en la que nos han colocado y lo hemos permitido, tenemos que pedir que se cumplan las leyes, tenemos que abrir los ojos de una vez y escuchar con el corazón, no con la conveniencia… y que nadie nos diga lo que tenemos que creer! ¡Tenemos que crecer de una vez! ¿y cómo crece una sociedad?, hoy creo que marchando, como la hermana Martha, con Dios de la mano y con la familia Salto.

Nuestros hijos, los tuyos y los míos están creciendo en una sociedad que pide Justicia por Marito, voz… garantías para los silenciados y luz para que la cadena de complicidades y manipulaciones se manifiesten de una vez por todas y aprender a creer, ¡tenemos que creer que hay una fuerza superior a todas las fuerzas que los humanos intentamos manipular!, pues aquél que cree jamás duda de su fe. Estamos viviendo de manera directa aquellas convocatorias sociales de los ‘90 que marcaron un antes y un después, y esa misma monjita que ayer encabezaba las marchas por María Soledad, caminó las calles de Quimilí sumando su voz al pedido unánime “JUSTICIA POR MARITO SALTO”. A casi 20 años de haberme preguntado quién acompaña a la hermana Martha Pelloni, luego de sentir la fortaleza de su espíritu, su parsimónica oratoria y su cesura, a escasos 8 metros, supe que a ella, tanto como a todo lo que la rodea, la acompaña Dios. “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?”.