Por Tony Villavicencio | Quién en Monte Quemado no escuchó las explosiones de las bombas, quién des las 2.000 personas asistentes a la plazoleta del  Bicentenario no compró una cerveza en lata y disgustó de un choripán después de la cargada y tensionada jornada de los comicios.

Pero quién en su sano juicio pude negar  lo que está en los ojos, en los oídos y en el reventón de las bombas.  

Nació entonces una frase que nos llega hoy y se afirma en estos tiempos tumultuosos de puja preelectoral: matar al mensajero que informa los que todos conocen, los que todos escuchan y los que todos ven y  denostar a periodistas por el solo hecho de inquirir información, reclamar explicaciones, repreguntar, transmitir a la sociedad lo que sus dirigentes hacen, dejan de hacer u ocultan. Para quienes ejercen el poder o intentan obtenerlo (recuperarlo, en casos) es siempre mejor, más fácil y saludable atacar a quien transmite el mensaje que asumir su contenido y actuar en consecuencia.

Hoy, mal que pese a la opinión de las intelectuales señoras de las redes sociales, no estamos en dictadura y la prensa, mayoritariamente, hace su trabajo a conciencia: buceando en aguas oscuras en busca de la verdad.

Cuando esto sucede y se informa siempre se dice que todo es mentira  que  no tiraron bombas, que no consumieron unas latitas de cerveza  y que el culpable es el mensajero.  A partir de aquí nos dicen de todo, nos culpan de todo y encima tenemos que aguantar que nos den lecciones de periodismo.  La soberbia no tiene vergüenza.

Por ello es que las diatribas que vienen de uno y otro extremo de la grieta contra los periodistas son como disparos sin plomo pero de inquietante peligro. Como lo expusiera en la edición de ayer, en una red social Libertad de opinión. Que en el fondo desprecian a quienes ejercemos este oficio, que consideran “el mal” Cuando en realidad la  soberbia cuando galopa en las ancas de la ignorancia atacan a todo aquello que esté fuera de su control, pensamiento, ideología o creencia.  

Por cierto, debo dejar en  el periodismo  de opinión que desde hace largo tiempo  se vino trabajando  desde el Municipal Web, con  la lectura de Antonio Jiménez  por la radio Copo marcando  en las  denuncias los fundamentos de los  37 años de una falsa democracia,  Un cambio de hombres y de conductas políticas, la vergüenza del clientelismo político, Recíbanles todo y vote al cambio y otras 75 notas  de opinión publicadas.

 En tal sentido, creo necesario aclararles a algunos lectores que critican contenidos de columnas de opinión –habituales o no–, que una de las características positivas  es dar cobijo a la pluralidad de voces. Y hoy son muchos los que  critican el oprobio  de los 37 años empero claro lo hacen después de ver vencidos y sin garras a los que siempre hasta con el voto los consintieron y claro ahora repiten hay que escrachar al mensajero,   sin siquiera conocer el origen de ese mito.  

 Hay que matar al mensajero.

La frase de que hay que matar al mensajero, se remonta a los años antes de cristo cuando Tigranes II El Grande, o Tigran II, fue rey de Armenia entre los años 95 y 45, período en el que se consideró su territorio como el mayor del este romano. Su majestad era enorme y su vocación expansionista un peligro para Roma, que envió a uno de sus comandantes más exitosos, Lucio Lúculo, a imponer el poder de la República en ese confín del imperio. Buen estratega, Lúculo enfrentó a Mitrídates, rey del Ponto, lo venció y amenazó con su poderío a Tigranes, un tipo al que podría caberle con perfección el calificativo de soberbio. Lúculo y sus tropas amenazaban ya el palacio del rey y un emisario llegó allí con la mala nueva. Tigranes ordenó decapitarlo tras recibir la mala noticia (a la que, por otra parte, no dio crédito, como lo relata Plutarco en Vidas Paralelas) desde entonces quedo en el mito Hay que matar al mensajero.

Salvando la distancia, la soberbia de estas militantes de las redes sociales, que se las conoce por anti zamoristas, pero que acompañan al candidato del Frente Cívico en lo que es una clara contradicción que responde a un desorden ideológico, se manifiestan culpando al mensajero, cuando el núcleo objetivo de muestro  reporte periodístico, para cualquier entendedor de periodismo no fue criticar el uso de pirotecnia, sino que informamos sobre los  festejos, pero bueno, por mostrarse poco le importa quedar en ridículo.