Alberto, había quedado huérfano a los 20 años. Sus padres, jóvenes aun, habían perdido la vida en un accidente automovilístico. Todavía un estremecimiento recorría cuando recordaba la aciaga noche en que recibió la noticia.

Había quedado completamente solo y por ser el único hijo, dueño de una inmensa fortuna que pese a su juventud había aprendido a valorar. Algunas buenas inversiones que efectuó con posterioridad al fallecimiento de sus padres, multiplicaron su capital.  

Sin embargo, a pesar de lo que pueda suponerse, Alberto Sach no era un “playboy”. Si bien tenia amistades incluso en el ambiente artístico y poseía una buena apariencia, no se le conocían romances fugaces. A los 25 años ya se había graduado como Ingeniero Civil y un lector incansable. En su estancia “belén”, poseía una surtida biblioteca donde solía pasar gran parte de sus vacaciones o fines de semana. De vez en cuando Alicia lo acompañaba. Entonces el tiempo se destinaba a largas cabalgatas o a jugar tenis sin descartar caminatas a campo traviesa. Muy de vez en cuando y cuando lograba convencer Alicia, salía a cazar patos en una laguna ubicada dentro de su extensa propiedad. Alicia se erigía en protectora de animales y no desperdiciaba ocasión de expresar su desagrado cada vez que Alberto abatía un ave. Evidentemente no compartían todos los gustos, pero se toleraban porque los unía un verdadero amor.

Alicia carranza era una tierna muchacha de 20 años de cuerpo escultural y una cara preciosa. Su pelo negro y lacio enmarcaban a unos ojos verdes grandotes y soñadores. Su simpatía se multiplicaba cuando sonreía. Estaba profundamente enamorada de Alberto y a pesar de recibir propuestas afectivas, cariñosas casi a diario, su corazón pertenecía a su prometido.

Cuando Alberto le comento su deseo de ir a Santiago tras de esa historia tan descabellada sintió mucho desagrado, pues temía que esta circunstancia de alguna manera pudiera influir en los sentimientos de él. No tenía derecho a pensar así, pues aparentemente la expedición a emprender por Alberto no entrañaba peligro alguno, ya que ella, personalmente, no creía en la existencia de esa criatura salvaje. Sin embargo, respecto al peligro en sí, Alicia debería haber guardado más reparo porque aún en el caso de la inexistencia de Sachaioj, el monte santiagueño, en su secularidad guardaba secretos propios de los territorios escasamente conocidos.