Se estima que en el mundo más de 840 millones de personas no tienen acceso seguro a un plato diario de comida, pese a que los países productores de materias primas, en conjunto, generan lo suficiente como para erradicar el hambre de la faz de la Tierra.

Pero eso no es todo.

Asegurar el acceso de todas las personas, en especial los niños y los más vulnerables, a una alimentación suficiente y nutritiva durante todo el año es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por Naciones unidas desde el año 2015.

A simple vista no parece ser una meta imposible de alcanzar en un planeta que en las últimas décadas multiplicó por tres la capacidad de producir alimentos. Sin embargo, la realidad demuestra que, en un mundo complejo y conflictivo, terminar con el hambre y la desnutrición de aquí a 2030 va a ser mucho más difícil de lo que se pensaba.

A nivel global cada año se tiran a la basura cerca de 1.300 millones de toneladas de comida en buen estado. Se estima que solo en las naciones industrializadas cada año se desperdicia un promedio de 100 kilos de alimentos por habitante. Aunque suene contrario a toda lógica, eso es lo que ocurre. Y lo que es más preocupante es que con esa cantidad de alimentos que se tiran a la basura se podría alimentar a casi la mitad de los millones que sufren el drama del hambre.

Desde hace varios años distintas organizaciones no gubernamentales de todo el mundo plantean la necesidad de promover un modelo de distribución de alimentos más justo que evite, además, provocar el impacto ambiental que genera el desperdicio.

Observan que por primera vez en la Historia, la humanidad cuenta con alimentos y recursos suficientes para erradicar el hambre a nivel global, pero la desigual distribución del ingreso en la mayoría de los países y la falta de una firme voluntad de la mayoría de los gobiernos para terminar con la pobreza son los principales obstáculos para alcanzar el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas que es, ni más ni menos, que lograr la erradicación definitiva del hambre.

Por otra parte, debe tenerse en cuenta que en el mercado global de alimentos cada vez tienen más peso las decisiones de empresas trasnacionales, cuyos objetivos no pasan precisamente por asegurar comida para todos los hogares, sin distinción de ningún tipo.

América Latina es una las regiones del mundo con mayores índices de producción y exportación de alimentos, pero a la vez tiene millones de personas que no cuentan con los recursos económicos necesarios para evitar el hambre. No es una novedad: la desigual distribución del ingreso es el denominador común en la mayoría de los países de la región, y es también una de las causas de las dificultades que tienen millones de familias para acceder a una alimentación sana y nutritiva.

A pesar de ciertos avances logrados en el marco de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que impulsa la ONU, todavía falta mucho por hacer, sobre todo porque la crisis sanitaria que desató el coronavirus representó un retroceso en la lucha contra el hambre en muchos países. En nuestro país, que tiene todavía un número muy alto de personas viviendo por debajo de la línea de pobreza, el desafío de erradicar el hambre es enorme.

El problema de la falta de alimentos en millones de hogares del mundo no es una fatalidad, sino la consecuencia de falta de decisiones de alto nivel que garanticen el acceso universal a alimentos en cantidad y calidad suficientes. A nivel global es un asunto muy complejo en el que se mezclan situaciones como la pobreza extrema, los desastres naturales, las políticas comerciales injustas y, en algunas regiones se suma a todo esto el drama de los conflictos armados.

Los expertos aseguran que existen maneras de evitar las pérdidas y desperdicios en todos los eslabones de la cadena, principalmente mediante inversiones en infraestructura y capital físico, a través de una mejora de la eficiencia de los sistemas alimentarios y la influencia sobre el tema mediante marcos normativos, inversión, incentivos y alianzas estratégicas entre el sector público y privado. De lo que se trata, en definitiva, es de unir esfuerzos de todos los sectores para dar respuestas concretas al problema del hambre y el desperdicio de alimentos.