Con los salarios corriendo detrás de los precios y millones de argentinos fuera del sistema, el resultado de las urnas no tendría que haber sido una sorpresa. Se suele utilizar la metáfora del cisne negro para describir situaciones que nadie puede anticipar.

Esa figura retórica se remonta a la Europa del siglo XVII cuando se creía que todos los cisnes eran blancos, hasta que un grupo de exploradores comprobó que en Australia existían aves de esta especie con plumas negras.
El término se asoció así a hechos o situaciones atípicas. En el año 2007, el escritor libanés Nassim Nicholas Taleb, especializado en estudiar fenómenos relacionados con la incertidumbre y la probabilidad, escribió el libro “El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable”. En esa obra plantea que en el mundo algunas veces ocurren sucesos raros, es decir inesperados, que producen un fuerte impacto en las sociedades humanas.
La pandemia global de coronavirus, por ejemplo, podría clasificarse como una situación de ese tipo aunque, en rigor, fue anticipada por investigadores de la Universidad de Hong Kong, en 2007; por el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU en 2008 y por el Departamento de Microbiología Médica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, Holanda, en 2010.
Hay quienes sostienen que antes de conocerse los resultados de los comicios del domingo pasado, la derrota del gobierno nacional en las urnas de 18 de las 24 provincias era un hecho, en principio, difícil de predecir. No hubo miopía, aseguran. La cosecha de votos de la oposición, afirman además, fue una sorpresa para los analistas, para el mercado y para los propios dirigentes opositores.
Ninguna encuestadora anticipó los resultados de las elecciones del pasado domingo. Tampoco ningún dirigente de primera línea, del oficialismo ni de la oposición, pudo predecir el camino que tomaría la voluntad popular y mucho menos la contundencia del mensaje de las urnas. ¿Hubo miopía o se está ante la presencia de acontecimientos imposibles de predecir?
Es más fácil opinar con los hechos consumados, claro. Antes de las PASO se sabía que es tibia la recuperación de la economía, que llegar a fin de mes es una meta muy difícil de alcanzar para millones de argentinos, que los salarios siguen perdiendo en comparación con la inflación. Que en el país de las vacas se paga se paga $ 750 el kilo de carne y 890 pesos el tarro de leche de 800 gramos.
Todo eso se sabía. Lo que no se podía predecir, en todo caso, es el nivel de tolerancia a la frustración de muchos electores independientes que sufren los efectos de la pandemia, la inflación y la falta de oportunidades laborales en una sociedad donde casi todo el tiempo se vive al ritmo de una sucesión de hechos que nadie espera.
Esto quiere decir que varias generaciones de argentinos crecieron al calor de 16 ciclos recesivos que, en palabras del Cippec, suman un total de 25 años de contracción de la actividad: hubo una recesión cada tres años. Es cierto que este año, afortunadamente, se registra un crecimiento económico comparado con un 2020 de pandemia y restricciones, sin vacunas, con contagios y hospitalizaciones en aumento. El problema es que ese crecimiento tardará en verse reflejado en los bolsillos de la gente, sobre todo si no se logra dar con la fórmula que permita bajar la inflación.
Si fue así, entonces la Argentina es un país donde los hechos inesperados son tan frecuentes que no sería raro que en los próximos meses, para bien o para mal, en el camino aparezca alguna que otra sorpresa porque en tiempos de Pandemia lo imprevisible aprendemos que no debiera sorprender. Claro hay excepciones como es el caso de Santiago del Estero y otras cinco provincias donde los gobiernos a la hora de contar los votos de las Paso, cosecharon lo que sembraron.