Por Tony Villavicencio | En Monte Quemado estamos transitando 37 años de democracia  y como oportunamente informamos, dos hombres se disputaron la intendencia y gobernaron la municipalidad en distintas etapas utilizando las mismas metodologías.

Los mismos ya se están preparando para participar en las próximas elecciones sin mirar el pasado ni el presente de la ciudad, y la sociedad que construyeron durante sus respectivos mandatos donde reinó el autoritarismo y la discriminación política.

Empero, no está de más que en los tiempos políticos que comienzan, la familia copeña se reúna, analice y nos dé la oportunidad histórica de reflexionar sobre las causas que debilitan a las instituciones del pueblo, impidiendo el progreso y el desarrollo de la ciudad.  

La decadencia de nuestra democracia se cae en términos institucionales, pero sobre todo en términos culturales. Allí, está el germen del nocivo autoritarismo. Allí, el germen de nuestra larga convivencia con la ilegalidad, los privilegios, el abuso y una  mansa resignación.  

Sólo con un diagnóstico histórico honesto y descarnado de nuestra democracia podremos mirar el futuro e intentar diseñar un nuevo modelo de ciudad, donde lo que es de todos vuelva a ser de todos y los perseguidos, no deben resignarse a ser las víctimas del poder de turno.   

Corruptos

La historia nos muestra que, con peores gobiernos, las sociedades se atrevieron a enfrentar errores históricos y pudieron superarlas y escapar de procesos de decadencias institucionales como el que estamos viviendo después de 37 años democracia. No hay que tenerle miedo al cambio, sino tenemos que negarnos a seguir sufriendo.

La decadencia de la democracia de Monte Quemado tiene como signos: el autoritarismo cultural que nos lleva a ver al que piensa diferente, como enemigo, y eso favorece al que para llegar al poder divide y enfrenta . La dialéctica amigo/enemigo y la de absolución/condena están instaladas en el inconsciente colectivo y generan cegueras y ocultamientos, y claras dificultades a la hora de conciliar y de respetar al prójimo.

No hay paz social con culturas autoritarias como la que en estos momentos nos está gobernando. El que tiene o está del lado del poder tiene todos los privilegios y para los otros, NI JUSTICIA. Sino  preguntémosle a los empleados municipales, les quitaron las bonificaciones y no a todos, sino a los que piensan distintos al gobierno de Manuel Osvaldo Castillo, y podemos recordar a empleadas con capacidad académica las confinaron y las mandaron a  lavar platos y pocillos y servir café.

Nadie dijo nada ante tamaña negación y denigración humana, y de esta forma aceptamos una liviana convivencia con la corrupción. “Ya pasó” es la tendencia de creer. Perdonar el abuso por vía del éxito y sostener que el poder borra la corrupción. Debemos entender que el autoritarismo como la corrupción, más allá de ser vicios y no virtudes, benefician al poder político y su entorno  y  empobrece al pueblo.  

La corrupción es un delito del poder (político y económico) y ella necesita, para sobrevivir del autoritarismo y la ilegalidad, y son muchas las ilegalidades que esta última gestión de gobierno viene cumpliendo y este es el huevo de la serpiente y de la decadencia, pero debe saberse que los pueblos crecen en lo económico, en lo social y cultural cuando gobiernos distribuyen equitativamente sus riquezas y esto sólo es posible cuando logran tener instituciones sólidas y confiables y hoy la municipalidad se encuentra en el pozo de la degradación institucional.

Entender que la democracia más que un sistema de elección de gobernantes por gobernados es un sistema de justicia, de valores, de respeto al que piensa diferente y es sobre todo un estado de plena igualdad de derechos, donde ningún ciudadano puede estar por encima de la ley. Ese es el primer paso para respetar la ley, respetar al que piensa distinto y respetar sus derechos.