Y un día partió hacia esa gira eterna tan propia de los artistas. Bailarín, actor, locutor, promotor de espectáculo, empresario, bohemio y soñador, galán eterno de mil afectos y un solo amor.

Fue el más diurno de los hombres de la noche que jamás conocimos.

El señor del tango por excelencia, dueño de una discoteca mágica; obvio, de la música de Buenos Aires como del jazz también. Supo conjugar a Aníbal Troilo, Telonius Monk y Astor Piazzolla, como sólo lo podría hacer quien va de una ortodoxia férrea a la libertad sin límites tan propia de quienes aman la música, por la  música misma.

Fue el santiagueño más porteño que jamás hayamos conocido. Y esto es un elogio, a quien no estuvo contenido por fronteras de ninguna materialidad o idealidad.
Fue así de personal, capaz de componer, según recordaría siempre, en un tiempo del incipiente teatro vocacional a “un  Negro Tom”, siendo él, como todos los conocimos, “El Colorado”.

La historia del radio teatro le tiene asegurada una página especial, pero también la danza. Fue este santiagueño quien llevo con Tango Argentino, esta danza por el mundo y su humildad o quizás su desapego a todo honor y gloria, hizo que fuera uno más en la mesa de café, y todos sabemos que nunca debió ser así.

Conoció y compartió con los grandes del tango, igual con los grandes de la escena nacional y para él, eran nada más que anécdotas para amenizar un encuentro, nunca un motivo de arrogancia o de distancia con los pares. Podía entrar en un canal de televisión de Buenos Aires, y recibía el saludo de todos sin que las puertas se cerraran y de igual manera caminar por la peatonal Tucumán y no dejar de recibir la consideración de quienes alguna vez fueron tocados por su amistad.

Hubo un tiempo en que las noches de LV11 se rubricaron con su estilo, haciendo desde estos micrófonos: Esto es tango. Y hubo un tiempo en que también lo extrañamos, porque siempre supo dejar un vacío imposible de llenar.

A sus aspiraciones de dramaturgo, los amigos sí le impusieron un alto. Decían: “escribí lo que quieras, pero no tus memorias, lleva esos nombres aferrados por siempre y para siempre a tus recuerdos”. Conocía a todos y sabía todo. Indudablemente haríamos cola en la librería para auscultar ese bibliorato de anécdotas prohibidas. Nobleza obliga, jamás publicó nada, porque antes que nada, era un caballero.

Juan Carlos García, tu esencia artística se dibuja en una baldosa, “Cachafaz” de mil noches, amigo eterno de los amigos. Una mesa está vacía esta mañana y nos acongoja; un cigarrillo apagado se ofrece plañil; y sin embargo un pocillo humeante nos alerta, no te fuiste del todo, apenas estás de gira.

Colorado estamos atentos: prodigale a la vida una anécdota más. Que tu partida (muerte) sea una puesta en escena, nosotros esperamos el saludo final.