Por Tony Villavicencio.- La última vez que estuve junto a la abuela Emilia Maciel presentí que se estaba despidiendo. No me reconoció y vi que ya estaba viviendo más en el pasado que en el presente.

La abuelita tenía 92 años. En realidad, era la abuela de todos, y más de Iván, el niño al que con su ayuda criamos. Fue ella la que, con su amor, me enseñó a quererlo como si fuera mi propio hijo.

Cómo no vamos a recordar a la abuela Emilia, si ella misma se reía de las cosas que olvidaba, se disculpaba inventando relatos para rellenar sus lagunas y cuando volvía, se reía de su frágil memoria.

Sentadita en un rincón de su casa, siempre con el rosario en su mano santa, con las que curó del empacho y la tos convulsa. Sí, curaba a los niños sin recetas, ni remedios, sólo con la fuerza de su profunda fe cristiana y de algún té de yuyos que ella misma cultivaba en su pequeña huerta.

Esa persona maravillosa y ejemplar se enfermó hace unos pocos días. Por momentos nos confundía con su extinto padre, que se fue hace más de 70 años; con Juan, su hijo, que falleció hace 37 o hablaba con Ramón, su marido, quien murió hace ya más de 15 años y cuando volvía y la ubicábamos en tiempo y espacio, se creía que nos alentaba su recuperación.

La abuela Emilia, por momentos estuvo retrocediendo. En sus alucinaciones desayunó con su mamá, se fue a dar una vuelta con su hermana, volvió a ser adolescente y se fue a traer zapallos del cerco, y de vez en cuando parecía que charlaba con Ramoncito, como ella llamaba a su extinto marido.

Es muy divertido cuando Iván, su nieto, comentaba mi abuela contó que estuvo charlando con mi abuelo, después ella misma, cuando volvía al presente, se reía y decía que es muy raro hablar con alguien que está muerto.

Como los niños, remixando elementos reales y fantásticos, dándose cuenta de lo irreal del relato, pero contagiando en el ambiente la risa, a pesar de lo dramático de la anécdota. Todos suponíamos que su salud mejoraría.

Más allá de lo doloroso del proceso, sobre todo para su familia, y en especial para Iván, nos damos cuenta que es como siempre. El registro de lo ilusorio (donde podemos encontrar esos calmantes a la asfixia del dolor que nos provoca su muerte) es un paliativo frente a la devastación de lo real: la congoja de su fallecimiento.

Es así que elegimos imaginar lo maravilloso que debe ser, tras llorar con el paso de los años a todos esos seres amados que se fueron yendo, como su marido; su hijo; la madre; el padre y sus hermanos, mientras iba envejeciendo, que de repente la vida, antes de despedirla de este mundo, le haya regalado a la abuela el reencuentro cotidiano con sus familiares que ya antes partieron.

La abuela Emilia, tras una larga vida plena, íntegra y dedicada a su familia y al servicio del prójimo durante toda su existencia, se despidió rodeada del afecto de los suyos, del presente, pero también antes de irse comenzó a reencontrarse con aquellos del pasado que fueron apareciendo de a uno a darle la bienvenida, tras estar esperándola desde hace muchos años en el nuevo paraíso terrenal que Dios le eligió, para el reencuentro allá en el cielo con todos sus seres queridos.

Abuelita Emilia Iván, Laura y Tony, por el resto de nuestros días, TE VAMOS A EXTRAÑAR.