La mentira que se pronuncia para evitar el dolor es siempre la más dolorosa, la que más huella deja en nuestra mente.

La verdad duele una vez, pero la mentira duele cada vez que la recuerdas; más que nada porque te atrapa, secuestra tus emociones, cuestiona mil verdades y convierte en artificial lo que hasta ese punto se ha vivido y se ha sentido.

De hecho, cuando nos mienten podemos llegar a sentirnos desrealizados. Al fin y al cabo, el shock de una vivencia falsa o incoherente llega a desubicarnos hasta el punto de sentirnos trastornados con nosotros mismos y con nuestra realidad.

Porque aquellas mentiras que se pronuncian para evitar dolor, al final duelen. Y duelen mucho más que cualquier otro sentimiento, pensamiento o emoción provocados por aquello que se intenta ocultar o maquillar.

“No hay mayor mentira que la verdad mal entendida”

Una relación fundamentada sobre la mentira está abocada al fracaso, Debemos saber que aquellas relaciones que no estén construidas con los cimientos de la sinceridad, se comportarán como un castillo de naipes frágil y endeble que puede destruir todo en su derrumbe.

Porque la mentira da cabida a muchos tipos de engaños que cuestionan nuestros sentimientos. Y es que además para mentir no es necesario decir mentiras, basta con actuar falsamente y con ser fiel seguidor de la hipocresía. Es más, estudios como el llevado a cabo en la Universidad de Princeton, nos señalan algo interesante.

La mentira así como las conductas deshonestas son rasgos habituales en el ser humano. Sin embargo, también lo es nuestra necesidad por establecer relaciones basadas en la confianza, de ahí que el engaño se viva siempre como una auténtica vulneración.

La mentira se pronuncia como un elogio de sí misma, pues solo así tendría sentido. Porque quien miente tiene que alabarse por haber logrado entretejer una creencia falsa y haber autorizado a su mente para llevarla a cabo.

Es por eso que en las críticas del periodismo que ejerzo, descubrí a mis mejores amigos.