Hacia varios meses que habían ocurrido los acontecimientos vinculados a la expedición fracasada y que había dejado más de un interrogante.

Alicia y su padre habían regresado a Buenos Aires, aunque la misteriosa desaparición de Alberto Sach, era una profunda herida en el alma de la muchacha. Sentía que Alberto aún vivía en algún lugar del monte santiagueño.

El Comisario Gómez y su tranquila comisaria volvieron a las prolongadas siestas y rutinas diarias donde nunca pasaba nada. Ya casi nadie hablaba de los acontecimientos que los habían ubicado en primera plana.

De vez en cuando, Alicia llamaba para saber si había novedades y la respuesta siempre era la misma: “No. No hay nada”. Ella se disculpaba por su terca insistencia. Gómez, el comisario, la comprendía.

Un día del mes de abril del año 1971, el diario local que por ser sábado venia más “gordo”, traía una impactante noticia. Vecino de las chacras aledañas a la localidad de “Pampa de los Guanacos”, habían auxiliado a un hombre semidesnudo que encontraron en estado desfalleciente. La barba y el cabello del sujeto le cubrían la mitad del cuerpo, casi hasta la cintura y su apariencia era cercana a un mono. Casi no pronunciaba palabras, pero cuando le preguntaron por su nombre, decía que se llamaba “Sachaioj”. No tenía actitud agresiva, pero guardaba con extremo celo una cajita que apretaba entre sus manos que más parecían garras con largas y fuertes uñas.

Como es de suponer, intervino la policía del lugar que, con los auxilios de médicos del pequeño hospital local, lo sedaron y administraron suero para devolverle el vigor perdido. Se comprobó que en el interior de la cajita metálica había una gruesa agenda cuya última anotación databa de un año atrás. De la lectura de su contenido pudo deducirse que se trataba de Alberto Sach, el joven desaparecido hacía mucho tiempo atrás.

Un periodista con atrevida imaginación había comparado a esta persona con la criatura que fue encontrada en la isla de Tabor en la novela de Julio Verne llamada “LA ISLA MISTERIOSA”. Sin embargo, aquella criatura había surgido de la prodigiosa imaginación del autor. Ésta en cambio, era real y aseguraba que se llamaba Sachaioj, circunstancia que quizás con el tiempo se convertiría en leyenda. ¿acaso el mismo Sachaioj, es decir, el verdadero, fue un joven diaguita que en el albor de los tiempos haya sido tragado por ese siempre misterioso bosque santiagueño?. ¿Alguien sabrá en qué momento la realidad ingresa en el brumoso campo de la leyenda?

Son interrogantes que no tendrán repuestas jamás.

                                                           FIN.