Almorzaron tarde y no muy cómodos; les faltaba todavía parte del equipo que traería el helicóptero. Sin embargo, ya se había levantado una carpa bien amplia donde descansarían los hombres, en tanto que, para la única dama, se disponía de otra más moderna y funcional.

Allí también se alojaría su padre.

Los exploradores que el Comisario había mandado, regresaron sin encontrar nada de interés. El jefe policial les había recomendado que observaran la existencia de huellas. Solo encontraron algunas pisadas de pumas, animales menores y nada más. En el campamento destrozado, se pudo rescatar algunos utensilios de cocina semienterrados lo que indicaba el paso de tormentas, vientos y otras inclemencias. 

El helicóptero regreso con más carga y el resto de la tarde se empleo en acondicionar el campamento que ya había alcanzado un aceptable grado de comodidad. Al otro día se ampliaría la exploración, con la esperanza de encontrar a los extraviados. Por ahora solo quedaba esperar la noche. Con mucho ingenio se había construido un recinto de lona plástica que permitía tomar una ducha con un tacho pendiendo de un gajo. Durante la cena, el Comisario había mandado a distribuir un jarro de vino por persona. Antes de media noche una brisa suave del Sur aportó una agradable frescura y algunos rumores ahogados y sordos se escuchaban, de vez en cuando desde el fondo del monte, indicando la existencia de una vida salvaje bien activa. Esos ruidos denunciaban que allí se estaba luchando por la vida y las presas menores sobrevivían del ataque de lo predadores mayores, mediante gambetas y engaños que la naturaleza les proporcionaba. Allí en el interior del monte las presas chicas eran devoradas por los más grandes. Así es la vida salvaje.  

Como a 70 metros del campamento la luna arrancaba reflejos metálicos del helicóptero posado en la antigua vizcachera. Antes de dormir el Comisario dispuso los turnos y los relevos para montar guardia, pues alguien estaría siempre despierto. También se apagaron los faroles para ahorrar combustible y solo se dejo uno en funcionamiento.  

Al otro día apenas el sol asomaba por el naciente había renovada energía en el campamento. Algunos hombres continuarían explorando los alrededores de la espesura y el helicóptero se usó para sobrevolar desde la altura. En el campamento había quedado el agente Fernández que oficiaba de cocinero y un auxiliar, mientras el Comisario, Alicia y el padre se habían embarcado.  El helicóptero sobrevoló varios kilómetros, descendiendo sobre la copa de los árboles más altos todo lo posible. Desde arriba se divisaban algunos ciervos del monte, llamados “Sachacabra” y otros animales como zorros y comadrejas que escapaban precipitadamente en busca de refugio en lo más impenetrables rincones del monte. Sin embargo, no encontraron absolutamente nada.   

Así, sin mayores novedades transcurrieron siete días. En algunas oportunidades y aprovechando algunos claros en el monte el helicóptero había descendido sin encontrar ningún vestigio de vida humana. Algunas aguadas que eran depresiones del terreno donde se juntaba el agua de las lluvias, estaban secas. En esos lugares pudieron observar huellas de pumas, ciervos, zorros y otros animales, pero ninguna huella humana.   

Hacia diez días que se exploraba por tierra y aire la espesura abarcando varios kilómetros alrededor, pero, las sucesivas jornadas no habían cosechado ninguna esperanza de encontrar a los extraviados y tanto Alicia como su padre se habían convencido de la imposibilidad de encontrarlos. El Comisario les había dicho de que era prudente suspender la búsqueda. Por insistencia de Alicia se prolongó varios días más, pero los resultados fueron decepcionantes.  

Una tarde después de almorzar, el Comisario y su ayudante, el agente Fernández repararon en la existencia de ese grupo de tunales que se ubicaban en el borde del descampado donde habían establecido el campamento y decidieron explorarlo ya que no se les había ocurrido hacerlo antes. El grupo de plantas de tuna conformaban un manchón verde claro, contrastando con el color más oscuro del resto de la espesura. Ingresaron con cuidado pues son plantas que tienen espinas. Inmediatamente notaron que debajo de una de ellas había tierra removida, conformando dos montículos que las lluvias y el sol habían compactado. Cuando se aproximaron advirtieron que en uno de ellos había una cruz de palo semi caída y ya no dudaron de que se trataba de dos tumbas. Al Comisario le extraño que solo uno de esos montículos tenia cruz mientras que el otro no, pero no tuvo dudas de que allí había importantes testimonios para revelar el misterio.