Los hermanos Villalba, no videntes, compartieron una conmovedora carta con El Municipal Web solicitando mayor difusión hacia los lectores.

En la epístola, titulada “Carta de un ciego a un vidente”, se puede ver como Cecilio, cabeza de familia, escribe una serie de sugerencias que harán todo más fácil para su propio trato cotidiano.

Cabe recordar que él es el mayor de 12 hermanos que fueron golpeados por la tragedia: quedaron huérfanos luego de que sus padres perdieran la vida en un accidente de tránsito. Sin embargo, con un férreo espíritu de lucha, lograron salir adelante y están en busca de un mejor futuro.

Carta de un ciego a un vidente

Soy un ser humano como tú, pero perdí la vista o nací sin ella. Si me permites, te doy una serie de sugerencias, que harán todo más fácil para mi:

 Si soy un niño ciego, o ya soy un adulto: ¡ayúdame a ayudarme

Cuando me mires, no te encierres en ti mismo, ni te sientas culpable.

 Soy ciego, pero soy como todos:

Me gusta la risa y la alegría, jugar en los días de lluvia con el cabello al aire y los pies descalzos, me gustan los pajaritos, y las flores, la ternura y sobre todas las cosas: tu amistad.

Me gusta oírte hablar con naturalidad y que me ayudes a descubrir el mundo.

No me entristezcas con tu lástima, ni me hieras con tu compasión.

Ayúdame a ayudarme; pues si lo haces, podré ser como los demás: aprenderé a cruzar la calle, aunque el tránsito me asuste; podré viajar solo a mi casa, aprenderé a correr sin miedo, a montar en bicicleta, a jugar, a reír, ¡a ser útil!

No me rechaces, ¡acéptame!, no me mires con recelo, ¡conóceme! no me compadezcas; ¡ayúdame!, piensa en mí como persona.

 ¿Ves? Soy como todos los demás; soy como tú, como tu hermano, como tu hijo.

Quiero compartir mi niñez y la vida contigo. Quiero, cuando sea grande, trabajar. Quiero ser útil a mí mismo, a mis padres, a ti, a la sociedad.

 Ayúdame a ayudarme.

Sé de lo más natural conmigo, compórtate sin morbo o lástima.

Cuando estemos en un mismo cuarto, di tu nombre, para que yo sepa, quién eres tú.

Si estoy con un grupo de personas y te diriges a mí, di mi nombre.

Puedes usar, sin que te cause problemas, palabras como “ciego”, “ver”, “mirar”, etc.

Para caminar no me tomes del brazo, permite que yo te tome, a ti del tuyo, o de tu hombro.

Cuando estemos frente a escaleras, piedras sueltas u obstáculos, por favor, ¡indícamelo!

Si voy a sentarme, dirige mi mano hacia el respaldo de la silla.

Si hay un pasamanos, dirige mi mano hacia la dirección correcta.

Dime algo acerca de los lugares en donde estamos, cómo son las cosas y qué es lo que sucede.

No uses el claxon del coche para indicarme que puedo pasar, pues me asustas.

Si me ves en un cruce de calle, me daría mucho gusto que me ofrecieras tu ayuda.

Si camino frente a ti, muévete hacia un lado para evitar chocar.

Si usas bicicleta, toca el timbre para que yo sepa que vienes.

Si estoy en alguna parada de autobús, puedes ayudarme a tomar mi ruta.

Si observas que en medio de un tumulto corro peligro, ayúdame por favor.

Si hay mucho tráfico de gente, ruido y desorden, agradeceré si me ofreces tu ayuda.

Si en una reunión hay comida difícil de partir, también agradeceré tu apoyo.

No dejes puertas entreabiertas, podría lastimarme.

Si hablas conmigo, no mires a mi acompañante, sino a mí.

¡Soy ciego, no sordo!; háblame con el mismo tono te voz que empleas.

Si sigues estas indicaciones prácticas, podrás ayudarme y comprenderme más, y descubrirás que el ser ciego no es una condición tan limitante, si cuento con tu ayuda habitualmente.