Por Tony Villavicencio.- Son santiagueños que viven actualmente en Burru Yacu, provincia de Tucumán. Son doce hermanos, tres son no videntes, y actualmente seis en esa localidad plantada en el “Jardín de la República”, mientras que los otros tuvieron que emigrar a la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, después de quedar huérfanos, ya que sus padres murieron en un accidente de tránsito.

Historia de Vida

Es una historia de vida real, de caídas y enviones, de fracasos y nuevos comienzos, de seguir un camino y tener que torcerlo, de encontrar el dolor y tener que afrontarlo. Es el claro y contundente ejemplo de vida de una familia de doce hermanos  y sus padres que, sin tener nada, vivieron felices como todos sus vecinos, en un rancho precario de la localidad de Santa Luisa, no muy lejos del cauce del río Salado, allá en los fondos de los montes  del departamento Pellegrini.

La madrugada del 3 de noviembre del año 2010, la fatalidad golpeó la puerta del bullicioso y humilde hogar. Don Lucas Evangelio Villalba y doña Santos Regina Mazza viajaban a la ciudad Capital de Santiago del Estero en una empresa de colectivos, cuyo chofer corría carreras con el coche de otra empresa que cumplía el mismo recorrido, en la competencia  de ganarse los pasajeros que los esperaban en  la ruta.

Sin dudas la tragedia fue obra de la imprudencia, 14 pasajeros murieron en el accidente, entre ellos el matrimonio Villalba, que había dejado esperando en el rancho de Santa Luisa a sus doce hijos. Los tres mayores discapacitados.

La numerosa familia (algunos integrantes todavía eran niños) había quedado repentinamente  huérfanos de padre y madre. El dolor y la tristeza por el accidente enlutaron a vecinos de Pellegrini. El siniestro, que se podía haber evitado, ocurrió sobre la ruta 176, antes de llegar a la localidad de Las Delicias.

Sin Resarcimiento

Los  familiares de las personas fallecidas en ese siniestro no encuentran consuelo y por esas cosas que pasan en la justicia santiagueña, cundo las víctimas son pobres, más allá del dolor y la irreparable pérdida de vidas humanas, no hubo hasta hoy resarcimiento económico alguno.

Los familiares directos de las víctimas quedaron a la deriva, muchos de los que murieron eran el sostén del núcleo y la situación era para todos los familiares de la victimas difícil, y más aun para los  doce hijos de don Lucas y doña Regina.

Maniobra del juicio

La empresa de transporte con el coche siniestrado, con 14 pasajeros fallecidos, se declaró en quiebra, los familiares de las víctimas nunca pudieron cobrar, porque ninguna compañía de seguros como impone la ley del transporte de pasajeros se hizo cargo. Se dijo que la empresa cumplía clandestinamente el servicio y es con lo que se disculparon los funcionarios de la  Dirección de Transporte.

Nadie duda que la empresa operaba con el guiño de las autoridades del área y los abogados de los familiares culpan al Estado provincial por autorizar y no controlar la prestación de un servicio de transporte público, sin las debidas garantías.

Hasta la fecha transcurrida, más de siete años, todos sigue en la justicia. En realidad, el proceso continúa en la nada y el expediente duerme, alimentando sueños  de pobres, cajoneado por  jueces de una justicia que, en este caso, hasta hoy pareciera ser sorda, muda y ciega.

Al dolor de la tragedia lo transformó en lucha

La familia Villalba es la contracara de una misma historia, cuando después de aquel trágico accidente, habiendo quedado los doce hermanos, tres de ellos ciegos, empujados por la soledad, los más grandes de a poco comenzaron a emigrar, hasta que el ranchito de Santa Luisa, donde nacieron y vivieron felices se quedó tapera.

 Hoy, la precaria edificación que los vio corretear de niños se levanta en el silencio de los  matorrales como una sombra que espera la luz del regreso de sus moradores, que para poder sobrevivir se tuvieron que  ir sin haberse querido marchar.

A Cecilio, el no vidente jefe de la familia, se lo escucha decir “en Santa Luisa quedó mi niñez, la de mis hermanos y cuando podemos volver lo hacemos, porque en ese rancho los hermanos sin tener nada, teníamos todo el amor y el cariño de nuestros padres”.

Otro Mundo

Los hermanos Villalba hoy viven en un mundo distinto, la tragedia, ni las sombras apagaron la luz  del amor, donde el dolor se transformó en la lucha por lograr alcanzar la meta de todos. Son seis que se tuvieron que ir a trabajar el sur.

Cecilio, jefe de familia

Los más chicos y los no videntes quedaron en el rancho, no era fácil, por lo que viviendo en situación extrema, los seis hermanos fueron llevados a vivir en una casa prestada en Burru Yacu, un pueblito de la provincia de Tucumán.

Cristina del Valle, María Rosa y Cecilio Demetrio son los discapacitados. Este último, viviendo en la oscuridad, tiene luz en su espíritu y se convirtió en el jefe de la familia. Un personaje alegre, divertido, que no se entrega y se ha ganado el respeto de sus hermanos, que lo han convertido en el  timón del progreso familiar.

Cecilio, en todo momento planifica hacer cosas nuevas, está proyectando y lucha por un mejor futuro. Habla de emprendimientos y hasta se imagina el de un diario para no videntes.

Cecilio juega al fútbol para ciegos, todos los días transita los 60 kilómetros que separan su casa con la capital de Tucumán, recorre, sin más que su bastón, las calles de la ciudad habiéndose ganado el afecto y el cariño de los tucumanos.

Cuidado

Sin duda, en la casa, el cuidado de los discapacitados forma parte de una organización familiar construida a fuerza de amor. Cada uno dentro de sus posibilidades tiene asignada y cumple una función.

Los tres hermanos menores, además de cuidar y asistir a los que son discapacitados, estudiaron y tienen la secundaria completa. Contribuyeron para que sus hermanos discapacitados concurrieran y cumplieran con la escuela primaria. Orgullosos muestran los certificados del estudio cursado.

La carta a Manzur

Cecilio contó a El Municipal Web que le envió una carta al gobernador Jorge Manzur pidiendo la adjudicación a su familia de una vivienda en la ciudad de San Miguel de Tucumán, porque Burru Yacu está lejos y aquí “no tenemos las mismas oportunidades”, asegura.

 Explicó que “nosotros, viviendo en Tucumán, podremos con mis hermanas no videntes continuar estudiando la secundaria para ciegos y a la vez mis hermanos menores, que terminaron la secundaria, podrán asistir a la universidad”.

“Hoy no lo pueden hacer por cuidarnos a nosotros, y también por razones económicas, estamos a 60 kilómetros de la capital tucumana, donde prácticamente por una u otra diligencia, todos los días tenemos que viajar y aspiramos a que el gobernador nos adjudique una vivienda en la ciudad para tener la oportunidad de seguir  formándonos, y  con mas educación dejar de ser una carga para el Estado”, finalizó diciendo el esperanzado no vidente.