Un nene de 11 años fue violado y descuartizado. Creen que fue víctima de un sacrificio humano y ordenaron una toma de ADN casa por casa.

Por Luis Moranelli.- Los policías y el perro Alcón estaban listos. La jueza y la fiscal esperaban en silencio. Nadie se movía. Faltaba el cura.

El padre José fue el encargado de las oraciones en esa sofocante tarde de noviembre de 2017. Le habían pedido que los preparara para enfrentar al demonio.

Minutos después, los investigadores entraron a la casa de Miguel Jiménez (60), acusado por el crimen de Marito Agustín Salto, un nene de 11 años violado y descuartizado en Quimilí, Santiago del Estero.

Lo que vieron todavía les provoca pesadillas.

En un pequeño altar encontraron una imagen de San La Muerte acompañada de botellas, cigarrillos, chorizos y otras ofrendas. Y una foto de Marito.

La escena completó el rompecabezas que había comenzado a armar la jueza Rosa Falco con manuscritos hallados en poder de los sospechosos. El asesinato –afirmó al procesar a Jiménez y a otros 10 acusados- fue parte de un rito satánico. Un sacrificio en busca de juventud y virilidad.

Las novedades judiciales se celebraron en Quimilí, un pueblo de 20 mil habitantes ubicado a 200 kilómetros de la capital provincial. Miles de personas salieron a la calle para festejar que el caso estaba resuelto. Dos años después, solo queda bronca y resignación. Pocos creen en la hipótesis del rito satánico y se inclinan por una trama narco que no figura en el expediente.

“Este es el país de las maravillas en el que pasa todo y no pasa nada”, dice Adriana, una vecina que busca algo de sombra a metros de la terminal de micros del pueblo. “No te queda otra que callarte y cuidar a los chicos”, se resigna.

“¿Por qué Marito?”

Mario Salto (41) recorre la tumba de su hijo, un pequeño mausoleo que lleva el nombre del nene en la puerta y un mural en una de sus paredes. Con voz baja y pausada repasa los objetos que decoran el lugar. Una bicicleta en miniatura, una jaula con un pajarito de juguete y una escultura metálica de un pescador. "Le quitaron su libertad de vivir a muy poca edad", dice. No se quiebra. Ya no tiene lágrimas.

Su pesadilla comenzó el 31 de mayo de 2016. Ese día, poco después de las 15, Marito -así figuraba su nombre en el documento- le dijo a su mamá que se iba a pescar con un amigo a la represa del desagüe, un descampado en el que se acumula agua. Nunca volvió. Cinco horas después su mamá fue a buscarlo. Solo encontró su bicicleta, la tabla de madera con tanza que usaba para su anzuelo y un balde de plástico.

Esa misma noche comenzó la búsqueda que paralizó al pueblo. Para la familia, todo se hizo deliberadamente mal. “No preservaron la escena, no cerraron las rutas y no hicieron rastrillajes. El comisario impidió cualquier tipo de colaboración. La idea era tenernos acá mientras los asesinos ganaban tiempo”, asegura Marta Salto (47), tía del nene, mientras camina por la represa.

La sospecha de que el nene no estaba en ese lugar se confirmó la mañana del 2 de junio, cuando el dueño de un criadero de cerdos vio sobre al costado de camino vecinal a un perro que tenía algo su boca. La intriga lo acercó al horror. Lo que arrastraba el animal era el torso de Marito. Los primeros policías que revisaron al baldío informaron que entre los pastizales encontraron bolsas de residuos con otras partes del cuerpo. También había ropa.

El papá de Marito llegó a Quimilí un día después de la desaparición desde Córdoba, donde estaba trabajando. Pasó la noche buscando en los campos. A la mañana estaba haciendo un rastrillaje a caballo cuando un amigo recibió un mensaje. “Me dijo que lo habían encontrado. Le pregunté si estaba vivo, pero no me contestó”, cuenta. 

Los forenses determinaron que Marito murió desangrado y que fue descuartizado en vida. Fue asesinado entre 30 y 36 horas antes del hallazgo del cadáver. Antes de matarlo, lo estrangularon y lo violaron. Los peritos encontraron dos muestras de ADN en el cuerpo y la ropa interior de la víctima.

“Muchas veces nos preguntamos por qué Marito. Nuestra duda es si alguien lo entregó”, analiza la tía del nene, que todas las semanas encabeza la marcha que recorre Quimilí con un grito desesperado de justicia.

La última misión de Alcón

Mientras se conocían los detalles del allanamiento en su casa, Miguel Jiménez fue bautizado por los medios como “El Brujo”. Pero su apodo real no está ligado con sus actividades espirituales sino con su fama de hombre bravo. Lo llaman “El Terrible”.

Algunos lo vinculan con desalojos poco amigables en los campos de la zona. Tenía contacto fluido con policías, jueces y políticos. Era la persona a la que había acudir si se necesitaba un favor.

Su nombre tardó en aparecer en la lista de sospechosos. Se mostró cerca de la familia Salto durante la búsqueda y participó de las primeras movilizaciones. Un año y seis meses después del crimen, el olfato de un perro lo llevaría a la cárcel, acusado de planificar el crimen satánico de un nene de 11 años.

Los perros Alcón y Duque llegaron a Quimilí los últimos días de noviembre de 2017. Siguiendo el rastro de una prenda de Marito, llevaron a los investigadores hasta la represa. A unos metros de ahí, sobre un montículo de basura quemada, los policías encontraron una billetera con un papel escrito a mano: “Familia dividida todos los días pesca el chango sale solo siempre a la tarde”, se leía en una de las caras. Del reverso, varias palabras rodeaban un triángulo con un ojo en centro: “Poder”, “gobierno”, “riqueza”, “sacrificio”. Dentro de un círculo, el nombre clave: “Marito”.

Tres días después, siguiendo el olor de la billetera, los perros marcaron los lugares en los que se halló una serie de manuscritos con referencias al crimen. Uno de esos operativos se hizo en la casa de Jiménez. Alcón marcó la habitación en la que se descubrió el altar con la figura de San La Muerte: un esqueleto con una guadaña.

Marcos Herrero, instructor canino y policía de Río Negro, repasa los detalles del rastrillaje. Todavía no se acostumbra a la ausencia de Alcón, el ovejero que fue pieza clave en las investigaciones por los crímenes de Micaela Ortega y Araceli Fulles, entre otros casos resonantes. “Después de los días que estuvo en Quimilí empezó con problemas renales y neurológicos. Lo vieron varios veterinarios y nunca pudieron precisar qué tenía. Hace dos meses empezó a consumirse, como si se secara por dentro. Murió en mis brazos”, recuerda.

Aunque le cuesta darle crédito a las explicaciones esotéricas, Herrero no olvida la amenaza que escuchó mientras recorría la casa de Jiménez guiado por Alcón: “Van a morir los dos reventados”.

El horror, por escrito

“No tiene sentido pensar que alguien va a tener en su casa un souvenir de un crimen cometido un año y medio antes”. Hugo Frola, abogado de Miguel Jiménez, asegura que el manuscrito secuestrado en la casa de su defendido fue plantado. Y pone en duda los rastrillajes: “Tanto tiempo después es imposible que un perro siga un rastro de olor. Con heladas, lluvias, 50 grados de calor, en un lugar en el que pasan rutas del Mercosur. Si es así, cerremos los tribunales y pongamos dos o tres perros y se termina el problema”, ironiza desde su estudio en Santiago del Estero.

Esas y otras críticas son parte de los argumentos que usaron Frola y Francisco Palau en la apelación al procesamiento de Jiménez como “autor mediato” del crimen, figura penal aplicada para quien causa un resultado a través de otras personas. “El día de la desaparición del niño, nuestro defendido estaba en la capital provincial”, afirma Frola.

Las pericias realizadas por la Policía Federal determinaron que al menos seis de los manuscritos fueron confeccionados después del crimen. Todos fueron escritos por Pablo Ramírez, uno de los detenidos.

La noche en la que detuvieron a Miguel Jiménez, señalado como autor intelectual del homicidio.

Para el antropólogo Juan Miceli eso no invalida su relación con el asesinato. “Registrar lo hecho es una parte estricta del ritual. Sella el pacto y es un acto de confianza en el poder de la deidad a la que sirven. No pueden deshacerse de ellos, pues se considera una traición. Lo mismo ocurre con los escritos confeccionados después del crimen, se reafirma el pacto sectario y las creencias que los unen”, analiza.

Especializado en criminología, Miceli integra un equipo que investigó el asesinato de "Ramoncito", un nene de 12 años descuartizado en Corrientes. Por ese caso condenaron a perpetua nueve integrantes de una secta satánica. Los detalles del sacrificio fueron registrados por escrito por una chica de 14 años.

“En algunos casos, el crimen ritual de culto tiene por fin brindar una ofrenda sacrificial a determinados seres sobrenaturales o deidades confiados en que, tras ofrendar algo tan sagrado como una vida humana, aquello que se persigue -poder, éxito, fortuna- será alcanzado”, explica.

A los escritos se le suman otras evidencias de un expediente que tiene 34 cuerpos y más de 6.800 fojas. “En una de las casas de Jiménez se encontrón un serrucho y una heladera de carnicería en la que se levantaron muestras de sangre humana. No se pudo obtener un ADN por la poca cantidad que había”, remarca Carol Gadán, abogada de la familia Salto.

También hay testigos que señalan a “RodySequeira (44), acusado de secuestrar al nene en un auto, y a sus supuestos cómplices. Todos frecuentaban la ladrillería que funcionaba a pocos metros de la represa a la que fue a pescar Marito.

Todos son sospechosos

En los días posteriores al crimen en Quimilí se instaló el terror. Los chicos dejaron de ir solos a la escuela. Los grandes abandonaron por un tiempo la mesa en la vereda y la puerta abierta. La rutina de un pueblo que vive de la actividad agropecuaria y respeta el horario de la siesta se alteró. Las primeras marchas para reclamar justicia juntaron a más de cinco mil personas.

El juez Miguel Ángel Moreno estuvo cinco meses al frente de la causa. Lo destituyeron en medio de una acusación por defraudación. Denunció que lo corrieron por presiones políticas y que detrás del homicidio estaba el sello del narcotráfico. La familia de Marito dice que nunca presentó pruebas y pide que sea detenido por encubrimiento. Lo mismo solicitaron para Walter Celis, el comisario que estuvo a cargo del operativo de búsqueda.

También apuntan contra el Municipio por la supuesta desaparición de imágenes de las cámaras de seguridad de la zona en la que fue visto por última vez Marito. “No hubo adulteración. Hubo un error técnico que fue subsanado y se pudo restaurar toda la información”, se defiende el intendente de Quimilí, Omar Fantoni (Frente Cívico).

En el pueblo, la desconfianza en la investigación se profundizó luego de una medida inédita en el país: en octubre del año pasado la Justicia ordenó cotejar el ADN de todos los varones del pueblo con los dos rastros de semen hallados en el cuerpo de la víctima.

Los peritos determinaron que ambas muestras comparten un cromosoma que se transmite por línea paterna, por lo que se decidió realizar un hisopado por grupo familiar.

“Nos dimos cuenta que entonces no tenían nada. ¿Se va a buscar entre todos los quimilenses?, nos preguntábamos”, cuenta Felipe Mendoza (41), corresponsal del diario El Liberal en Quimilí.

Con la toma masiva de ADN, el crimen de Marito volvió a monopolizar las charlas del pueblo. “La gente tenía temor a que cayera algún inocente”, cuenta Sebastián Vicente (31), dueño del bar La Vieja Esquina.

Con el correr de los días la resistencia fue mermando. Los extraccionistas recorrieron casa por casa para realizar los hisopados. Ya se tomaron más de 4.500 muestras, incluyendo otras localidades vecinas, como Otumpa y Weisburd, y el operativo sigue. Por el momento no se informaron resultados positivos.

“Tenemos el compromiso de continuar hasta que se encuentre ese resultado positivo. Es un trabajo muy costoso pero no se han escatimado recursos”, explica la juez Rosa Falco.

La medida es mirada de reojo. “Es un caramelo de goma. Cuanto más lo puedas estirar, mejor. Lo hacen para mostrar que están gastando mucho para no llegar a nada”, describe José Luis Cargnelutti (60), integrante de un grupo de vecinos que se involucró en la investigación.

Se autodenominan “madres y padres del corazón” de Marito. El asesinato los atravesó. “En 40 horas. En menos de tres kilómetros, delante de todo el pueblo, secuestraron, violaron y descuartizaron a una criatura. ¿Y nadie sabe nada?”, se preguntaron. Sintieron que tenían que hacer algo, cuenta diario Clarín.

Mientras siguen los hisopados, la Cámara provincial debe definir si confirma los procesamientos, en los que la esposa de Jiménez -docente y directora de una escuela a la que había asistido Marito- está acusada como partícipe necesaria.

El juicio podría comenzar a mediados del año que viene. “Ojalá que mi hijo pueda descansar en paz. Yo quiero saber todo lo que ha pasado. Yo sé que a Marito no me lo van a devolver más, pero lucho cada día por justicia”, dice el papá de la víctima. Lleva en el pecho la foto de su hijo y su recuerdo en siete palabras: "Me robaron la vida, no el alma".