Por Tony Villavicencio | Los jurados de los corsos son las figuras que nadie ve, o al menos las que no se dejan ver. Observan detrás de escena, evalúan, intercambian y discuten para determinar si las  comparsas desfilan a reglamento.

Evalúan los méritos de cada una de las escuadras en su pasaje por la pista. Son los que tienen la última palabra y deciden sobre los vencedores y vencidos.

Lo que tenemos que destacar en los corsos de Quimilí, es que después del esfuerzo de las comparsas, de la inversión y la correcta organización de la municipalidad y la multitudinaria presencia del pueblo, que una vez más acompañó a la cuadragésima fiesta carnestolendas, el jurado correntino, a la hora de dictar el fallo, no estuvo al nivel del espectáculo y sembró dudas.  

Lo que mira un jurado de Corrientes, nada tiene que ver con nuestra forma de  manifestar y sentir la fiesta carnestolendas.

En Brasil y Corrientes el carnaval constituye la principal industria; su preparación demanda nueve meses de trabajo artesanal reuniendo cada comparsa alrededor de 700 personas en sus talleres de creación de carrozas, atuendos y demás elementos, y hasta posee un cosmódromo a imagen y semejanza del sambódromo carioca, por si quedaran dudas del carácter imitativo de la fiesta.

El jurado que decidirá qué comparsa es la ganadora (en los rubros coreografía, vestuario, creatividad, fidelidad al tema y música) está formado por especialistas. El corsódromo tiene capacidad para 45.000 personas y es municipal; los clubes a los que pertenecen las comparsas que en él desfilan deben pagarle al municipio un 5% de las ganancias.

 No vamos a identificar ni nos interesa nombrar a los jurados, que los trajeron a emitir juicio de algo, que nada tiene que ver con el carnaval Brasileño que ellos conocen y muestran. La fiesta del carnaval de Quimilí ha sobrevivido hasta la actualidad, y representa el emergente más genuino de lo popular. Resume todos los elementos de espíritu lúdico y festivo de las celebraciones populares más antiguas y que han desaparecido. Sin embargo ha ido evolucionando en los últimos años.

El Carnaval de Quimilí suprimen todas las barreras jerárquicas: el rico y el pobre se unen en la fiesta, la diferencia entre unos y otros parece suspenderse, existe un clima de familiaridad absoluta en el disfrute de la celebración; hombres y mujeres circunspectos que durante el año se guardan cuidadosamente de cualquier paso en falso, dejan a un lado sus escrúpulos, su gravedad, y se suman al banquete lúdico. Las jerarquías no sólo son suprimidas, sino invertidas. Entonces: esa es la diferencia de los corsos en Quimilí donde aún la industria cultural no ha  hecho de ese modelo un producto definitivamente desacralizado, vaciado de sentido místico.

Ese fue el error, por buscar transparencia y conocimientos contrataron jurados que no evalúan la imaginación, la creatividad, la destreza y el trabajo asociado de los vecinos. En Quimilí, el carnaval es la alegría de un pueblo que 20 días antes prepara un corso sin especulaciones económicas en su más genuina manifestación de alegría. En Corrientes, siguiendo la cultura carioca, el carnaval es la industria de un buen negocio.
El jurado da mucho para dar letra, nunca recorrieron el corsódromo,  tampoco fueron a observar la confección de los trajes, cometieron errores durante la lectura del conteo de votos realizados por ellos mismos.