Por Tony Villavicencio | Vivo todos los días cada una de las emociones de mis vecinos de Monte Quemado. Ciudad que me dio abrigo después de haber recorrido 30 años el interior de  la provincia con el Nuevo Diario.

Después de ponerle freno a mi vida laboral de trota mundo, conocí y convivo con su maravillosa gente. Honesta y trabajadora. Un pueblo curtido por el sufrimiento y las injusticias.

En las emociones del copeño conocí la tristeza de un pueblo con sus distintos “trajes” e intensidades. El desánimo, la languidez, la falta de deseos, de intereses, de sentido o de iniciativa, el abatimiento, la aflicción, el dolor, la pesadumbre, la soledad, las depresiones suaves o severas que a menudo llevan a la desesperanza.  

Las situaciones políticas son las principales causas de la tristeza, que impide a los ciudadanos soñar, crecer, superarse y desarrollarse. Las familias de Monte Quemado  sufren la disgregación, saben y se preocupan de que sus hijos en esta ciudad no tienen futuro, y como única alternativa es la de emigrar en busca de nuevos horizontes. 

Aunque tengan repercusiones afectivas, la tristeza de un pueblo depende casi siempre de estrategias del sufrimiento. Pero hay veces que la dimensión de la realidad sociopolítica y económica sólo puede definirse desde una perspectiva de dos modelos de gobiernos que administraron 37 años, utilizando los mismos métodos, el  miedo, para dividir y enfrentar social y políticamente al pueblo que se quedó estancado en el tiempo.

Toda persona es libre y tiene derecho a una evolución de sus ideales. Los sectores de Carlos Alberto Hazam y Manuel Osvaldo Castillo generaron la antinomia de que socialmente no  hay nada más criticable en que alguien que haya militado de un lado, decida cambiar de opción, y en más de tres décadas que gobernaron no ha habido una evolución ideológica y democrática, que contribuyera al progreso y el desarrollo cultural, social  y económico de la ciudad cabecera del departamento Copo.

Creer en la necesidad actual de un cambio significa no repetir el pasado, no venderse por dadivas y prebendas. No acomodarse y rechazar  falsas promesas de los que se quedaron con todo de lo que era de todos. Sino esta es la oportunidad de luchar  por el cambio que permita, desde la democracia, una sociedad más libre, más inclusiva, más justa y con más futuro para los jóvenes.

Es tiempo de enterrar la falsa democracia de los que durante más de tres décadas usaron las voluntades mayoritarias en provecho personal de sus familiares y amigos.

Se inician las campañas políticas y hoy, con sus fortunas, los de siempre vendrán a comprar la conciencia del pueblo que ellos mismos empobrecieron. Los ciudadanos debemos tener en claro que hay que recibirles porque nos están devolviendo lo que fue de todos. Empero, con el voto del 7 de agosto hacerles saber que el pueblo de Monte Quemado ha recuperado la dignidad para sus hijos y las nuevas generaciones.