Por Tony Villavicencio | La corrupción podría definirse, en un sentido social, como una creencia compartida, expandida y tolerada de que el uso de la función pública es para el beneficio de funcionarios, de su propia familia y de amigos.

Pero no es una novedad en estos tiempos, lo incomprensible y temerario es que estos grupos de poder se asocian para perseguir y reprimir a quienes desde el lugar que ocupan tienen la valentía de combatirlos con la pluma y la palabra.

En cualquier democracia que funcione, los fiscales, al ver estas denuncias públicas, en los medios se interesan y actúan de oficio. Esto tiene implicancias en los valores y la independencia del poder judicial, frenando las coartadas del corrupto. Pero cuando la estructura de los gobiernos se corrompen, el o los que se atreven a denunciar la corrupción, pasan a sufrir las injusticias del poder político que no racionaliza su poder corrompido y castigan a quien se atrevieron a denunciar la corrupción de aquellos funcionarios que despojan al pueblos de los dineros y los bienes públicos.

La corrupción ha sido la norma social por defecto en la mayor parte de la historia y lo que nos sorprende que en estos nuevos tiempos al periodista que denuncia  lo persiguen, lo dejan sin trabajo, le quitan el pan a su familia, le fabrican causas y hasta lo privan de la libertad y entendemos que todo eso ocurre en los pueblos donde las sociedades son tolerantes, indiferentes al despojo de lo que es de todos.  

El Funcionario donde reina la corrupción es corrupto por naturaleza: piensa primero en el bien propio de su familia y amigos y luego considera reglas morales y sociales. Actuar  en defensa y el beneficio del bien común defendiendo los valores y bienes públicos de la democracia se interpreta que estamos actuando  contra el gobierno y no contra los corruptos que están contaminando al gobierno. Eso habla a las claras de una degeneración del poder. No solo es corrupto el que se queda con lo que es de todos, sino también los funcionarios  que en democracia tienen la obligación y no controlan.  

La corrupción no es un detalle ni una desviación que solo impacta en la moral social. También en la vida de las personas.  En un comentario de la prestigiosa revista científica Nature en 2011, se publicaron estadísticas que calculaban que el 83% de todas las muertes como resultado de derrumbes de edificios durante los últimos treinta años ocurrieron en países que padecen, según los indicadores, los sistemas más corruptos. Eso ocurre en los países  del primer mundo,  en argentina la corrupción del Macrismo nos endeudó y sembró el país de niños y ansíanos desnutridos.

Todo esto es evitable. Pero si los gobiernos no combaten la corrupción de sus propios espacios de poder, no castigan ejemplificando, la corrupción puede convertirse en norma establecida y consideramos que no hay excusas ni tiempos electorales que la apañen.

Debemos estar convencidos y convencer a la sociedad que la corrupción también es un crimen que si no la frenan  como la droga, avanza… avanza y destruye las economías y a las sociedades de un país, una  provincia o de un Municipio.