La crónica policial nos informa de que un joven asesinó de dos certeros escopetazos a su ex pareja y a la madre de ésta luego de una violenta discusión. Pero nadie puede dudar que vino decidido a matar ya que llegó a la vivienda armado.

El mundo actual está caracterizado por profundos visos de violencia y la mujer como parte de ese universo, puede llegar a sufrir algún evento violento, y esta vez ocurrió en un humilde hogar del barrio El Porvenir de la ciudad de Monte Quemado.

La noticia corrió como reguero de pólvora conmocionando a toda la provincia. Y otra vez la barbarie de la mano de la cultural patriarcal, en lo inexplicable de matar a la mujer “amada”.    

El horror de la tragedia, situación a la que además se le añade el hecho de ser víctima sólo por ser mujer, hecho que se desprende de la desigualdad de género, instituida por una estructura social patriarcal, en la que han prevalecido conductas discriminatorias en el ámbito familiar, laboral y social, producto del poder asignado al género masculino.

Socio cultural

Cuando se llega a la extrema violencia de género, desembocando en homicidio de la fémina, se puede considerar la figura de femicidio, situación que descansa sobre patrones socio-culturales que imponen la inequidad, demostrando una exagerada aversión hacia las mujeres, concretándose en misoginia a nivel público y privado. De tal forma que hablar de femicidio, es traer a colación, todo acto de agresión contra la mujer con resultado de muerte.

De allí que el femicidio se erige como la manifestación más grave de continuos episodios de violencia, ilustrando de esa manera cómo la opresión y la desigualdad, sitúa a la mujer en una posición realmente vulnerable.

La mente de un feroz asesino

Si bien es imposible saber a ciencia cierta qué ocurre en la mente de un femicida en el momento exacto en que descarga su violencia asesina contra una mujer, muchos especialistas coinciden en que allí se combinan un acto extremo de dominio junto a una gran fragilidad psicológica.

"No hay un goce en el matar o una perversión en el sentido de un goce, sino que lo que hay es un acto de dominio", sintetiza Alejandra Lo Russo, psicoanalista y profesora en la facultad de psicología de la UBA. "Tanto en el femicidio como en otro tipo de violencias extremas, como la violación, no se trata de un goce por una sexualidad desmesurada. Es un acto de afirmación de uno sobre el otro, un acto de objetivación de la mujer. Te mato porque sos mía. Es un acto de apropiación, tanto en la muerte como en la violación ".

Según la experta, al entramado psicológico del femicida se suma muchas veces una cuestión de violencia aprendida en la infancia. "Hay niños que son habilitados al ejercicio de poder sobre otro, son empujados al ejercicio de la violencia; y si el chico no se manifiesta de esta manera, es algo preocupante para la familia. Hay una crianza diferenciada por género que hace que los varones tiendan a asumir esa posición".

Fragilidad mental

Miguel Espeche, psicólogo y coordinador del programa de Salud Mental del hospital Pirovano, afirma que una necesidad de dominio de este tipo obedece en verdad a la fragilidad mental de quien lo ejerce. "La violencia es proporcional a la verdadera impotencia. Se suele ver al femicida como un hombre de gran poder, pero psicológicamente es una persona de extrema fragilidad y de enorme dependencia. Por esa razón tiende a controlar de forma tan patológica al otro".

Durante enero se replicaron varios casos como el de Gisella, en los que el agresor se suicidó después de matar a su pareja. "En estos casos en donde ese control extremo llega al crimen, una vez cometido, la vida pierde sentido para esa persona y queda desnudo frente a su fragilidad”, dice Espeche. El suicidio es un desaparecer, salir de eso".

Un cambio de la cultura

¿Hay manera de prevenir estas situaciones? Los profesionales consultados coincidieron en que, más allá de los recursos como tobilleras o botones antipánicos, un cambio de cultura y de enseñanza desde la niñez pueden ser las claves para empezar a revertir el actual estado de cosas. "Vivimos en una cultura patriarcal que privilegia lo masculino y favorece la violencia.

El femicidio es la punta del iceberg. Abajo hay muchas prácticas que responden a la misma lógica, como el maltrato o la violación", apunta Lo Russo. Y propone: "Todo el mundo tiene que tener derecho a hacer un tratamiento, a rearmar su vida, pero siempre teniendo en cuenta que sabemos que, por ejemplo, los violadores suelen ser reincidentes. Lo más importante es trabajar en la sociedad para que esto directamente no se produzca. Trabajar en todas las otras capas del iceberg".

En este punto coincide Rico: "Tenemos que cambiar la cultura. Para que exista un femicidio tiene que existir un varón que considere a la mujer como un objeto más de su pertenencia. Hay que trabajar desde la niñez. Si vos construís niñas y niños empoderados, con igualdad, las cosas pueden cambiar".