Por Hugo R. Salto.- Ubicada en el extremo noroeste de la provincia de Santiago del Estero, Monte Quemado, es una ciudad que camina hacia un estilo de progreso impuesto desde la cultura dominante del desmonte (primero) y de la agroindustria-ganadera (ahora), progreso que lejos está de verse reflejado en las necesidades reales de los habitantes del pueblo.

Incluso el mismo mecanismo de despojo generado en los obrajes, con trabajadores viajando sobre los rollos de quebracho, en un trampolín mortal que se ha cobrado decenas de vidas, sumado al trabajo en negro, precarizado, con “jornaleros” haciendo colas en la casa de sus patrones a la espera del pago por sus tareas; esa es la matriz organizada que aún predomina y se ejecuta mediante el gobierno empresarial con linaje real. Esa es la misma matriz mortal que se ha trasladado hacia una cultura joven que en parte reniega de las condiciones de vida y en otro de los casos se adapta a la súper explotación y/o el desprecio por la vida.

Lo inhumano asimilado como “nueva cultura”, es lo que en parte va haciendo temblar las bases sociales del pueblo, lo interesante de esto es que no es ajeno a lo que se vive en el resto del país y del mundo, pero si cada hecho se vive como una fatalidad o un accidente inevitable, habremos sido colaboradores silenciosos del suicidio de una comunidad.

Lo que mata es el negociado espurio

A lo analizado anteriormente deberemos sumarle que las necesidades básicas de los habitantes  siguen por el carril del olvido o la inoperancia. Un caso puntual es el hospital y sus ambulancias, totalmente desprovistas de equipamiento para atender las emergencias, con pacientes que, en ocasiones, deben ser trasladados a casi 400 km por caminos en pésimas condiciones, en una ruleta rusa entre Campo Gallo y Tintina, cuyo transitar de urgencia es un disparo letal. A este coctel mortífero debió ser sometido un adolescente de quince años el pasado 4 de enero, tras ser trasladado en una ambulancia sin tensiómetro y sin respirador, luego de haber sufrido un accidente de tránsito.

En un tiempo donde los avances tecnológicos debieran estar al servicio de la humanidad, siendo de acceso público y gratuito cuando se trata de garantizar la vida, el hospital zonal de Monte Quemado es incapaz de asegurar la integridad de pacientes que sufran politraumatismos e insuficiencia respiratoria; lejos está de poder contar con equipos de diagnóstico por imagen y cirugía que permitan una intervención de urgencia en las mejores condiciones. Pero aun así, aunque las circunstancias nos lleven a una muerte segura, tampoco existe una morgue en condiciones y mucho menos un médico forense que evite el “mortificante” viaje a la morgue judicial (en la Capital de la provincia), a las familias de los difuntos.

Pero si analizáramos cada accidente desde la perspectiva de lo evitable, podríamos advertir que las normas de tránsito dejaron de ser un tema de concientización sobre el valor de la vida, para pasar a ser un negocio de recaudación que indefectiblemente conduce a la muerte, el servicio de salud público fue desmantelado para dar lugar al lucro de las clínicas privadas, las ambulancias hospitalarias fueron quedando obsoletas o sin equipamiento para favorecer los servicios de traslado privados, los caminos deteriorados a partir de la sobrecarga en los transportes aceleraron el negociado oculto entre los concesionarios de caminos socios del gobierno, que a su vez eliminaron paulatinamente a Vialidad Nacional y Provincial.

Vivir y sufrir en carne propia

El mismo día del accidente fatal que se llevó los 15 años de vida de Leandro, pudimos advertir que el error más grande de quienes viven en Monte Quemado es sufrir en silencio las situaciones indignas de un sistema que de no ser intervenido positivamente desde lo humano, hará que cada  hecho de este “progreso” nos lleve indefectiblemente a una muerte prematura.

Una muestra de ello es que, a días de lo ocurrido, los conductores de los distintos vehículos siguen manteniendo la misma conducta riesgosa sobre los rodados, tal como se observa en los excesos de velocidad, la falta de uso de cascos, niños siendo transportados (¡sin casco!) superando el número de personas admitidas para el moto vehículo, consumiendo alcohol o usando celulares al conducir. Controles de tránsito que son evadidos por motociclistas, en las propias narices de las autoridades.

Es así que lejos estamos de asimilar la pérdida de la vida de un adolescente como un gran sacudón necesario para reflexionar sobre las necesidades de nuestro pueblo, es más, la misma desgracia de la pérdida de un ser querido, por motivos evitables, tristemente tiende a naturalizarse.

Revolucionar la cultura del “cambiemos”

Desde este ángulo en que se observa, proponemos intervenir inmediatamente en los sucesos para transformar la historia, pudiendo repensar lo expuesto y, dejando de esperar, comenzamos a exigir por una vida digna, haciendo de la cultura una fuerza capaz de liberarse de la opresión y el sometimiento de más de medio siglo de gobiernos que nos llevan “accidentalmente” al desprecio por la vida o la naturalización de los que nos exterminará tempranamente.