Por Tony Villavicencio. “Perdone que sea pobre”. La frase pretendía ser una disculpa amable pero me golpeó con dureza. La pronunció una mujer joven, con dulce acento copeño, a la que yo le había tendido la mano ante un pequeño problema que la angustiaba.

“Le agradezco mucho, señor; y me gustaría corresponderle obsequiándolo, pero no puedo. Perdone que sea pobre”. En sus palabras no había ironía, sino resignación ante la fatalidad.

Aquella mujer sabía que en una ciudad de unos pocos ricos que se quedaron con todo lo que fue de todos. No está bien considerado eso de ser pobre, pero ella pedía perdón por su pobreza y lo hacía porque para el pudiente, la carencia de recursos económicos es casi una vergüenza, una falta imperdonable.

No voy a referirme a las aptitudes humanas y a la desigualdad de posibilidades, pero me dolió que al pobre se lo haya estigmatizado al extremo de tener que pedir perdón por su condición. La  pobreza para algunos niveles de esta sociedad desigual, se la  contempla como una lacra social que no le permite al pobre  tener acceso a los mismos derechos sociales.  La pobreza degrada al límite de que con su indiferencia la sociedad le impone a los pobres pedir perdón por serlo.   

“Perdone que sea pobre”. Debo confesar que al escuchar que esa mujer repetía la frase, me irritó, pero disimulé, recordé lo que tantas veces le oí repetir a mi padre que se murió con los pulmones reventados de tanto revolear el hacha.

Él nos enseñó a ser orgullosos de la pobreza, no sabía leer ni escribir pero siempre repetía, “no conozco a nadie que se haya hecho rico trabajando; la única forma de enriquecerse es explotando el trabajo de otros”. Y también lo que Brecht escribió: “detrás de toda gran fortuna se oculta siempre un gran delito”.

Y me di cuenta que no son los pobres los que tendrían que disculparse de su condición económica, y me pregunto: No será que los que tendrían que hacerlo son los que hicieron y hacen trabajar a los peones en negro, con pagas miserables y mucho más perdón deberían pedir los banqueros santiagueños, padre e hijo, que en plena crisis financiera mundial y en los peores momentos de la economía argentina, según la noticia, fugaron 40 millones de dólares. Deberían ellos dar explicación de su riqueza y pedir perdón por ser ricos.

El enriquecimiento, por amoral que resulte, es lo que la sociedad llama éxito. La pobreza, por simple regla de tres, en estas sociedades no es el fruto a veces de la honestidad y la explotación que sufre el hombre. La sociedad considera al pobre igual a fracaso.

Resulta lógico, pues, que millones de personas pobres hagamos en voz alta su acto contrición social: perdón por ser pobre, perdón por tener un trabajo precario, perdón por que no pueda gastar ni pagar mis deudas, perdón por aspirar a una ayuda, perdón por ocupar una plaza en un comedor de caridad o en un hospital... Perdón en que mi vida evidencie el fracaso del sistema político que me sepultó en la pobreza y permitió al banquero y al “explotador” quedarse con todo lo que es de todos.

En sociedades donde se confunden valores, el que se queda con el esfuerzo del pobre es exitoso; y el pobre explotado, se humilla y pide perdón por su pobreza.