Por la Prof. Yicela Villavicencio.- El corso es una de las fiestas más populares que cultivamos en nuestra ciudad. Es inevitable no mencionar la situación que nos aqueja. ¿Pero saben? Cuando baila una comparsa es porque hay un pueblo que baila, a pesar de todas las vicisitudes.

Por experiencia y conocimiento sé que la mayoría de quienes participan de una comparsa no se van de vacaciones y esperan todo el año este evento que viven y disfrutan con mucha pasión. El corso también cultiva la conciencia y el espíritu, al menos el corso lo disfrutamos, cosa que no pasa en las elecciones, por ejemplo, cuando muchos van a votar enojados y por obligación.

¡El corso es popular!! Son ellos, los bailarines populares, los que le dan color y energía a esta fiesta, que, obviamente requieren de toda una organización detrás para llegar al día de hoy.

El corso lo vivimos en todas las épocas, en dictaduras, auges y malaria, porque forma parte de nuestra idiosincrasia, de una transmisión cultural que no debe perderse y hay que vivirlo, como también, dejar que vivan los otros, porque es la vida misma, el continuar a pesar de todo y aceptar que la única forma de madurar es atravesar cada momento.

El corso le da vida a mucha gente, muchas familias hacen sus pesitos extras en estas fechas y claro que puede ser mejor, pero tengo fe que evolucionamos. Entonces... Yo, personalmente, voy a cruzar el pozo de la esquina y voy a llegar a ese corsódromo para disfrutar de la energía de mi pueblo, de la libre expresión cultural de cada comparsa, pues cada una de ellas tiene su propia cultura, y de cada bailarín, de los que sueñan todo el año y se preparan para dar lo mejor de cada uno.

Por último quiero aclarar que también estoy desconforme con la situación de las calles, pero eso es una cuestión ejecutiva, a diferencia del carnaval, que es del pueblo y más aún de quienes lo disfrutan...

Sugerencia: cuando mires una comparsa, no mires el error, mírale el alma de tu gente y permití que te llegue la energía del pueblo.