Por Tony Villavicencio.- Santiago del Estero zona de producción y cultura, plagada de una idiosincracia única que la caracterizó desde su nacimiento, allá por 1553 y hasta hoy, en el año del Bicentenario mantiene un rumbo claro de trabajo y tradición, sin poder despegarse uno del otro, se convierte en orgullo de los que pisan este suelo y valoran los centenarios pasados proyectando un futuro de cambios.

La marcha de los bombos, la doma y el folklore, el ámbito en el cual se desarrollan los festejos de las ciudades del interior, la legendaria telecita y el Santiago Productivo nos muestran un Santiago que mantiene viva su esencia, y sin perder sus orígenes se sumó al tren esperado de nuevas políticas productivas de la economía regional, de la promoción de ideas y concreción de proyectos. 

El autódromo en Termas, ahora el nuevo estadio mutualista potenciando la explotación del turismo, somos exportadores de carne vacuna, ayer se cargó desde Ojo de Agua al mundo nuestra carne caprina.

Ya no somos el Santiago de exportar capacheros y /o el Santiago de cargar en el tren a nuestras muchachas casi adolescentes para el trabajo doméstico, con destino a las principales ciudades del país, ahora cargamos y exportamos carne, granos y trasladamos esperanzas de que el pueblo argentino con esfuerzo y trabajo, alcanzará en el mundo un lugar de bienestar y felicidad.  

En Santiago nuestras queridas ciudades del interior deben sumarse al apogeo que hoy se manifiesta en La Madre de Ciudades, La Banda, Termas de Río Hondo, Quimilí,  y otras que ya no son las de antes, y ellas, las hijas de la madre de ciudades, están en el deber de seguir sus pasos y apuntar al progreso, al desarrollo productivo y a la re-valorización de nuestra cultura y sobre todo de las manos laboriosas, como las del indio Froilán y de tantos otros, que hacen de cada exposición ferial un sin fin de novedades y elevan los recuerdos en la permanente búsqueda de nuestros orígenes.

Encontraremos poetas santiagueños, como Bebe Ponti, Peteco Carbajal, que en estos años mantuvieron desde su mensaje la particularidad de escribirle al chunguito, a la pelota de trapo que los vio jugar. También nuestros compositores de gatos, chacareras y zambas que nombran, entre otras cosas, al fruto salvaje que la madre tierra regala a los santiagueños: algarrobo, el mistol, el chañar y las historias de vidas, leyendas, coplas de amor y danzas, que nacen como suspiros del alma.

Este es el orgullo de ser y sentirnos santiagueños. El de haber nacido desde el vientre de una tierra, a la que se añora, cuando se está lejos y se la vive y disfruta con intensidad en la vuelta del santiagueño, que se fue sin nunca haberse ido, porque donde quiera que se vaya, en un rincón de su alma lleva consigo y hasta que muera el rancho, la siesta, la honda, la tortilla y la chacarera y hoy después de las transformaciones como nunca, el Nuevo Santiago no tiene riendas, pero sujeta.