Aunque todas las separaciones son distintas, vale pensar que, en general, la noticia tendrá un impacto en los hijos; aún así, la experiencia no tiene por qué ser traumática. Juntos o separados, es responsabilidad de los adultos cuidarlos, porque ante todo están sus derechos.

Cuando la pareja no va más, luego de haber recorrido los adultos las instancias necesarias para salvarla (no es tema de este artículo), entonces, más tarde o más temprano llegará la separación. Será entonces momento de pensar cómo transmitir esta decisión a los hijos y cómo llevar adelante luego la familia, con la forma que ésta tome a partir de esa decisión, porque es responsabilidad de los adultos velar por el cuidado de los menores. El tema es extremadamente complejo, por lo tanto, más que cerrarlo en la reflexión que sigue, sólo pretendo abrir algunos interrogantes.

El punto de partida es que lo que se pierde es inmenso para ellos: nada será igual; lo que tenían hasta ahora cambiará — sin consideración de mejor o peor, será diferente y desconocido—. Ahora tocará repartirse, estar a veces en un lado y otras en otro, andar con una mochila a cuestas, pasar forzadamente tiempo con uno mientras quizás se extraña al otro, conocer nuevas parejas, en ocasiones compartir o convivir con otros niños... No se puede desconocer la revolución —interna emocional y afectiva— y también externa, de las cuestiones prácticas cotidianas que esto les generará.

Vale señalar que la definición es exclusiva de los padres: los niños no tienen por qué ser participados de la resolución, elemento que impresiona más como una falsa búsqueda de consenso y disminución de la propia culpa, que de un acto verdadero. La pareja es —o era— de mamá y papá, ellos entienden y resuelven —responsable y cuidadosamente— si da para más o no.

Luego, es conveniente explicar lo que está pasando y pasará, sin tomar determinaciones bruscas que, de repente, cambien por completo la vida de los hijos. Seguramente la anticipación no disminuirá la tristeza, pero sí les amortiguará el impacto de la noticia y la dificultad en algunos pasos que seguirán. Quizás puedan sentarse los adultos, juntos, para explicarles a los hijos aquello que puedan entender, volcando una versión profunda, con matices sentimentales, y sin dañar jamás la imagen de uno u otro. Como no todas las separaciones son iguales, no siempre esto es posible, dado que existen historias que generan mucho enojo y dolor o rupturas que no son aceptadas por ambos. Pero incluso comprendiendo y aceptando estos puntos, no debemos olvidar que la prioridad es siempre la salud —en un sentido integral— y el bienestar de los hijos. A partir de aquí, a pesar de que no exista ya amor de pareja, nunca deberá faltar el respeto y el buen trato.

Una de las claves: lo que termina es la pareja, no el amor y la disponibilidad hacia los hijos. Lo que nunca se tiene que romper — y ellos deben saberlo y vivirlo en la experiencia cotidiana — es el acceso a mamá y papá, siempre sensibles y disponibles para sus necesidades. También es crucial que tengan claro que la ruptura no tiene que ver con ellos, que no es su culpa. Existe una frecuente tendencia por parte de los niños a referir la separación, como consecuencia de cosas que tienen que ver con ellos, cargando su mochila, por lo que ninguna mención que haga el niño, por más que suene absurda, debe dejar de ser escuchada, contenida y reformulada, a fines de que nunca sienta que es su culpa.

Es importante que ellos entiendan que la decisión es definitiva, sin jugar con idas y vueltas: no hay que confundirlos. La incertidumbre daña e impide avanzar en el proceso de duelo que esta pérdida significa. Esos adultos que se separaron pueden compartir espacios de fiestas, reuniones u otros, sin que esto signifique que van a volver a estar juntos. Mamá y papá pueden tratarse amablemente, charlar, tomar unos mates y planificar cuestiones relativas a ellos. No se odian por haberse separado y siempre van a estar juntos para acompañarse en determinados momentos y frente a ciertas decisiones que refieran a los hijos. Esto debe ser tan claro como que no son pareja ni volverán a serlo — en el caso en que así sea decidido responsablemente por los adultos —. La prioridad, está claro, es evitar confusiones e incertidumbres.

El cuidado de las formas es otra cuestión central, a fines de que los hijos no perciban hostilidad explícita ni implícita. Los malos tratos son advertidos, incluso cuando mamá y papá buscan esconderse para discutir o pelear. La construcción de una relación sana y respetuosa es una prioridad para que los hijos aprendan este modelo de vinculación y no otro. Las venganzas o revanchas no sólo dañan al otro, a quien va dirigida la intención —lo cual es en sí mismo cuestionable—, sino también a los niños.

Por último, asumiendo que queda aún muchísimo por pensar, los chicos no deben quedar atrapados en una suerte de conflicto de lealtad, sintiendo que estar o hacer tal cosa con uno, implica una traición a otro. Madre y padre deben ser muy cuidadosos de no generar miedo o culpa en sus hijos, frente a situaciones en las que se sienten desplazados o menospreciados. El rol del adulto es, siempre, actuar como adulto, por mucho que cueste llevar ese mar de emociones que se revuelven adentro. Y el primer deber, es cuidar a los hijos.