Por Culimpio.- Culimpio, que siempre les tuvo idea a los potentados del pueblo, contó que una tarde el dueño de un gran aserradero de Monte Quemado, iba en su camioneta Toyota último modelo, cuando reconoció a dos hacheros que antes trabajaron para su firma a la orilla de la Ruta 16. Estaban comiendo césped y le ordenó a su chofer detener la marcha y bajó.

– ¿Por qué están comiéndose el césped?, preguntó el aserradero.

– Ya se acabó el monte, no hay trabajo y no tenemos dinero para comida. – Dijo el pobre hombre y agregó – Por eso tenemos que comer césped.
– Bueno, entonces vengan a mi casa que yo los alimentaré. – Dijo el empresario de la madera, sensibilizado al encontrar a estos dos hacheros que revoleando el hacha lo convirtieron en el más rico del pueblo.

Uno de los hacheros agradecido respondió:
– Gracias, pero tengo esposa y dos hijos conmigo. Están allí, debajo de aquél árbol.
– Que vengan también, – dijo nuevamente el empresario, que hizo mucha plata con los recursos naturales del fisco y volviéndose al otro hachero también le dijo:
– Ud. también puede venir.
El hombre, con una voz lastimosa dijo: – Pero, señor, ¡yo también tengo esposa y seis hijos conmigo!
– Pues que vengan también – respondió.

Entraron todos en una enorme y lujosa camioneta, doble cabina, unos dentro y otros en la caja del lujoso rodado cuyo costo es de casi dos millones de pesos.

Una vez en camino, uno de los hacheros miró al empresario forestal y le dijo:
– Señor, es usted muy bueno. ¡Muchas gracias por llevarnos a todos a comer!
El empresario forestal  le contestó: - ¡Hombre, no tenga vergüenza, soy muy feliz de hacerlo! Les va a encantar mi casa. ¡El césped está como de veinte centímetros de alto!

Cuando creas que el empresario forestal te va ayudar, piénsalo dos veces.