Por Tony Villavicencio.- Sobre el silencio en democracia se han tejido una serie de apreciaciones. Para algunos es aconsejable porque permite comportamientos alejados de los enfrentamientos, de las malas interpretaciones, y de los compromisos. Si tiene el poder, que haga lo que quiera, para unos el silencio admitiendo los abusos es un buen signo de educación y de buenos modales y consiente a los gobiernos inescrupulosos los abusos de poder.

La fábula que explica cómo el águila, en lo alto, soltó la presa que llevaba en el pico, cuando le preguntó, cómo había llegado a tan elevada altura, tiene como moraleja, aquello de que: “más vale callar cuando es verdad lo que dices, porque igual puede llegar a perjudicarte”. Y dejas así de luchar por tu verdad, por tu convicción y te entregas mansamente al abuso del poder, dejando que cercenen tus derechos. En Monte Quemado, que viene de la cultura del hacha, hay mucha gente que se resigna a perder sus derechos y está convencida que es un acto de educación.

Con ello se sentencia con propiedad al silencio, pues en una buena interpretación: “en boca cerrada no entran moscas”. Es más, el silencio es recomendable cuando se quieren eludir responsabilidades o esconder posiciones o negarse a asumir responsabilidades. Pues sin la opinión, es difícil conocer la ubicación que se asume. En la administración pública –por ejemplo– el silencio es una forma que se ha legitimado para dilatar los asuntos, o bien para no resolverlos. Es el caso, por estos días, de la Justicia y la mora judicial con los recursos de amparo de los trabajadores cesanteados.

El valor del silencio

En las áreas dedicadas a la salud, como son las clínicas y los hospitales, se exige silencio, igualmente en las aulas, cuando se transmite información para que ella sea bien recibida, también en una sala de teatro, o cuando un padre reprende al hijo, le grita “¡Silencio!” y no lo deja hablar le dice porque no quiere escuchar disculpas, o el juez cuando dicta sentencia, exige el silencio de la sala, pero claro, cuando el silencio se impone por la reflexión serena a la que se puede estar sumido, o bien en los campos santos donde hay una realidad distinta y se percibe y entra por la piel, más que por los oídos, como es el silencio de las tumbas, son estos los silencios que nos invitan a reflexionar.

Pero también el silencio es impuesto, cuando se pretende callar una voz crítica o disidente, principalmente en tareas como las del periodismo, que por su naturaleza tiene que ser expresivo. Igualmente se silencia para amparar irregularidades e ilegalidades y para soterrar los ideales de hombres probos.

El gobierno municipal de Monte Quemado manda a sus operadores a ofrecer contratos, o pautas publicitarias y otros privilegios a las distintas radios de frecuencia moduladas de la ciudad, en el afán de silenciar toda vos disidente. De la misma manera, se reduce al silencio o se silencia, cuando se cercenan los derechos humanos, los derechos laborales, los derechos del vecino, en un afán político de convertir al municipio que es de todos, en el pulpo que abraza y oculta todo, y que nadie se interese por la cosa pública. 

En la municipalidad de Monte Quemado, por estos días, el expresarse y opinar en voz alta de empleados, se convierte en una falta grave. Si se los observan mantener contacto con quienes piensan distinto al gobierno, enseguida hasta los denuncian, es el caso de las dos citaciones a la policía y si la acción coercitiva ideológica y política es desbaratada por la prensa, caen en el terreno de la amenaza del cambio de funciones y hasta del despido. 

Así, aquello de que “el que calla otorga”, no siempre tiene certeza, porque se puede opinar en silencio y también con el silencio. Se puede manifestar un sin número de razones sin necesidad de la estridencia, pero no debieran caer en el silencio del miedo. El empleado no se entrega al abuso del sometimiento que le imponen callar por prudencia, porque tiene una familia que los espera y por la que soporta hasta humillaciones, pero no se entrega a los abusos del poder.

¿Qué ocurriría en una ciudad como la de Monte Quemado si la población adoptara el silencio como una forma de expresión, de lucha y de protesta? De seguro que ningún gobierno resistiría el impacto de un silencio sepulcral, ni mínimo, ni prolongado. ¿Qué ocurriría en una institución ante una mala acción del gobernante que tenga como respuesta un silencio manifiesto? No sería de extrañar que la preocupación y el temor se apoderaran del mismo, porque no hay duda de que el silencio asusta y espanta a los que abusan y atentan contra los derechos de los más débiles.