Por Tony Villavicencio.- La riqueza de Monte Quemado siempre estuvo concentrada en el 00,1% de la población y esto tiene mucho que ver con la cultura, la educación y la política, donde las desigualdades son como un virus que se expande aceleradamente por todos los rincones de la ciudad.

No es por causas naturales que se expande la “pandemia” de la desigualdad, son más bien por intereses económicos, políticos, sociales y culturales, los cuales multiplican sin cesar su efecto mortífero y hoy, el 70% de los habitantes del departamento Copo, se debaten en la exclusión de una profunda pobreza y sin posibilidades de revertirla por sí mismos. Los recursos forestales se agotaron, dejando ricos a unos pocos.

La desigualdad es un virus artificial, producido históricamente, que excluye personas, grupos e identidades culturales. Tiene lugares de fabricación y se introduce en la subjetividad corporal de las personas, actuando de forma permanente. La exclusión no sólo es del Estado nacional, provincial y municipal, sino dentro de la misma sociedad hay un segmento que excluye, desde lo económico, social, político y cultural.

Su contenido o programación no es otra sino la ambición individualista, aunque es más conocida con el nombre de codicia disfrazada de “eficiencia”. Y que están orientadas a la acumulación de la riqueza en muy pocas manos, en lo que se conoce como “avivada criolla”. Son pocos los que se aprovechan de lo que es de todos y se quedan con todas las ganancias de lo que pertenece a todos, los recursos naturales.

Siempre fue así, seguirá siendo así, porque es la madre de las desigualdades de esta parte de la provincia. El ejercicio del bio-poder sobre el derecho de los otros (las grandes mayorías). Cuando todos ponen al servicio de los intereses individuales los recursos forestales, que beneficia y enriquece al 00,1% de población, mientras que la inmensa mayoría, se decantan en la más profunda de las pobrezas. Es bueno repetirlo, para que no existan dudas.

Por citar un ejemplo, “los inescrupulosos se transforman en los empresarios de la madera y los otros, la inmensa mayoría, son los chiveros depredadores que explotan porque no tienen más de qué subsistir y los excluyen. Mientras que los otros, que se quedan con la riqueza, son elevados a la clase elíptica de la sociedad.

Muchos estudios tratan de descubrir las causas de la desigualdad en la “naturaleza” (genética o social) de las poblaciones “vulnerables”, eufemismo actual para nombrar a la pobreza causada por la vulneración de los derechos humanos de las mayorías, pero haciendo caer el peso de la “culpa-causa” en el caso del departamento Copo, en el Estado Provincial, y sus gobiernos, que no han sabido imponer el control y el orden para frenar la ambición de  unos pocos, que se aprovechan de la necesidad de subsistencia de la inmensa mayoría que en estos días se quedó sin nada.

Desde el poder, siempre se analizan las condiciones humanas, sociales y culturales asociadas a la capacidad de subsistencia en condiciones extremas para orientar así las políticas de gobernabilidad no conflictiva, y está claro que todos los gobiernos que pasaron por el sillón de Juan Felipe Ibarra, promovieron el descontrol de la explotación forestal en la provincia. Ninguno quiso alterar y correr riesgos, instrumentando políticas que diversifiquen la actividad productiva y económica de las zonas de los bosques, no sólo conservando los recursos, sino nivelando, al menos, el aprovechamiento desigual. Al contrario, alimentaron la codicia de unos pocos mediante controles ineficientes o pusieron en práctica favores políticos.

Política y educación

Algunos estudios incluso se orientan a señalar que es la educación la gran herramienta con la que es posible hacer frente a la desigualdad. Pero la realidad que muestra el departamento Copo y la ciudad de Monte Quemado parece ser otra.

En la historia escolar, han sido las escuelas el lugar de fabricación de las identidades nacionales en los albores de las repúblicas independientes de la corona española y durante todo el siglo XIX, bajo el supuesto de que el mejor antídoto contra la desigualdad reside en vencer la ignorancia popular, iluminando a toda la población de la mínima alfabetización necesaria para ser “ciudadanos” del nuevo orden social.

Al respecto, podemos historiar, que fue la Iglesia la que se preocupó en Monte Quemado, creando el Colegio Secundario privado, años después hizo el Estado provincial su aporte, creando un Colegio Secundario Provincial pero la educación pareciera que aún no pudo con la cultura del sometimiento.

Hoy funcionan tres niveles terciarios, en carreras que están vinculadas a la docencia. Pero, por los resultados, la educación resultó funcional al modelo de desarrollo centrado en los intereses de las élites locales y no se pudo evitar que en la escuela, un espacio de plena integración social, desaparezca la exclusión, que pareciera se encuentra arraigada en la cultura del pueblo, que viviendo en el siglo XXI, no muestra comienzo alguno de cambio y es por eso que en Monte Quemado, el que asume al poder político se siente con derecho de excluir a los otros.

Desde que el pueblo ganó el derecho a elegir. Es uno o es el otro, pareciera no hay más referentes de la política y ambos provienen del mismo origen: la cultura del obraje, por lo que, a lo largo de los 35 años de democracia, de poco o nada se diferencian en el modelo de gobernar. Y entonces hoy, en el nuevo mundo de la integración social, no existe, porque para las autoridades del municipio, todavía entienden que la diversidad se transforma en desigualdad y el que gobierna se adueña y administra lo que es de todos como propio y el que piensa distintos, pierde todo derecho.

La educación no muestra que induzcan a los cambios que impone la democracia, como una forma de vida de un pueblo. Hay quienes opinan que es porque en las escuelas, los docentes tomados por una misma cultura ayudan a modelar una ciudadanía sumisa (las notas escolares correlacionan mejor con la sumisión que con la inteligencia). Estarían formando ciudadanos que asumen su lugar en la jerarquía extremadamente desigual de derechos sociales, o digamos, se los educa más que para defender sus derechos, sino a la resignación, de que para el que tiene el poder vale todo.  

Entendemos que para que la cultura del sometimiento se modifique, en las escuelas se debe educar ciudadanos que se responsabilicen de sus éxito o fracasos, más que desarrollar conocimientos, actitudes y valores democráticos y los capaciten para poder “convivir juntos” sin aceptar la exclusión social, política y cultural, aportando las nuevas generaciones energías de sus diversidades en sus distintas formas de pensar, orientada a la vida social común; de lo contrario, en Monte Quemado, el poder y la riqueza de todos siempre va caer en las manos de unos pocos.