Por Tony Villavicencio.- Primero fue Marito Salto, un niño de once años al que lo torturaron, lo violaron, lo asesinaron y lo descuartizaron y arrojaron dentro de una bolsa al basural. Ayer sepultaron al joven Franco Chávez, un ferviente defensor de la vida, una persona especial dentro de la sociedad quimiliense, quien también fue asesinado de una certera puñalada por un marginal adicto. Ambos casos están estrechamente vinculados a la droga, que es el tema que une y aflige a todo un pueblo sediento de justicia.

En el contexto de ciudades que crecen, cambian, se estructuran y milagrosamente sobreviven a la exclusión, la entropía y las múltiples temporalidades que las habitan, nos plantea descubrir el por qué se instalaron los fantasmas de la droga y la violencia en Quimilí.

De este intento surgen como conjeturas fuertes que el fantasma marca una brecha entre la percepción de un problema y la magnitud del mismo en los hechos; que tiene un uso político con fines de control social y también de hegemonía global; que opera como desplazamiento de la inseguridad y como relevo desde la guerra fría a la guerra de las drogas. Y finalmente, opera estigmatizando a grupos de población, que están dispuestos a enfrentarlo.

¿Por qué, entonces, el papel central de la droga en la descalificación de los jóvenes? El consumo de drogas, no sólo es de los sectores pobres y de la marginalidad, sino también la consumen los sectores pudientes de la sociedad y para todos tiene un mismo efecto.

La droga y la violencia

No se puede estigmatizar a  la sociedad de Quimilí con la droga y la violencia, es lo mismo y aún más fuerte lo que pasa en La Banda, Las Termas y Frías y las razones no faltan, dado que en estas ciudades, en estos últimos años, se registró la mayor expansión urbana y con dinámicas que fácilmente se asocian al incremento, tanto del abuso de drogas, como del uso de la violencia y que es consumida y ejercida por una población joven que en su mayoría se siente excluida de la política y el empleo, y para quien los canales de movilidad social son hoy más inciertos que nunca; pero cuidado, el consumo de drogas de una sociedad, viene desde arriba hacia abajo y si no se la combate se extiende a toda la sociedad el que tiene poder adquisitivo es  el pudiente y no el marginal, al que convierten en adicto para utilizarlo al servicio de la organización del narcotráfico.

Pero también hay que decirlo, la droga llega a los sectores carenciados, cuando la brecha creciente entre mayor consumo de imágenes y menor consumo de bienes palpables, vale decir, cada vez más manos vacías con ojos colmados de productos publicitados; y un creciente “desarraigo existencial”, compuesto por cambios de valores  de sociedades precarias  todo lo cual los lleva a vivir  a los sectores carenciados con menos piso y menos futuro y entonces ahí vemos y nos preguntamos el porqué de los kioscos  de la venta de drogas en el vecino del barrio.

Uno podría estar tentado de ver en los elementos recién consignados la combinación letal para pronosticar una epidemia de la droga y de la violencia. La primera, porque la droga puede parecer un sucedáneo a la mano para olvidarse de la exclusión, y el que la consume vive con la ilusión en que lo simbólico se confunde con lo material, compensar la falta de movilidad social o real con mucha movilidad dentro de la propia cabeza, convertir el desarraigo existencial en ligereza para viajar vía porro  a lo inalcanzable y de a poco se va enfermando y llega el momento que ya no puede vivir sin la droga y es ahí la violencia por la desesperación del consumo.

La segunda, porque la violencia se nutre de la marginalidad urbana, de brechas viscosas entre estratos sociales, de frustración por no acceder a bienes y servicios que se promocionan en todas las pantallas y escaparates, y de una corrupción política y económica que difunde en el tejido social la idea que de que “todos roban” y por tanto el que no llora no mama y el que no afana es un gil y el que no consume lo convencen que es el  pelotudo del barrio.

Es así que la gran ciudad se va colmando de oferta de drogas y los índices de violencia cotidiana parecen aumentar. Hay ciudades donde la violencia es más violenta y si vemos la tapas de los dos diarios de Santiago del Estero, comprobamos que en la ciudad Capital, Las Termas de Río Hondo, Frías, La Banda y últimamente en la vecina ciudad de Añatuya, en ellas los problemas urbanos no resueltos o con otras variables difíciles de ponderar la violencia e inseguridad urbana como una novedad sin precedentes está reflejada en noticias de asesinatos, robos, violaciones, suicidios y otros hechos violentos, que sin duda son producto del fantasma de la droga, que ya está instalada en un grado mayor o menor de un lugar en el otro, en grandes ciudades y hasta en los pueblitos de mil o dos mil habitantes, de la provincia y del país.

Por otra parte, los miedos de la gente encarnan en los nuevos elementos que minan la sensación de seguridad y control: la droga remite al desborde y la descontención. De la violencia a la agresión y el descontrol por parte de una fuerza de seguridad (policías) que no está preparada para ofrecer resistencia a las organizaciones del narcotráfico, que corrompen con facilidad las estructuras del Estado que las debiera combatir.  

No es casual que en las encuestas de percepción, el problema de la droga es percibido muy por encima de la magnitud real del problema de consumo. Y no es casual que los jóvenes de los sectores pobres estén tan estigmatizados por los medios de comunicación, la policía y la opinión pública.

Por citar un ejemplo, en el caso Marito Salto, si se opina que es obra de la droga, no sólo hay que hacerle el hisopado a los del sector carenciados, porque la droga también los violenta a los pudientes, los que la consumen de un modo más discreto y creo que ahí está el error de la investigación, convencerse de que la droga y la violencia es sólo obra de los sectores pobres y habría que preguntarse ¿Cuánto, entonces, de fantasma y cuánto de epidemia hay en el consumo de drogas y el ejercicio de la violencia? ¿Podemos descomponer ese fantasma en su genealogía, sus representaciones y sus mecanismos? Pero cuidado, que los pueblos sacudidos por el dolor de violencia de la droga reaccionan y la justicia se convertirá en fuego que avanzará sobre las guaridas del narco menudeo. Quimilí llora la muerte de Marito Salto, Quimilí sufre por la injusta Muerte de Franco Chávez, cuidado, Quimili es un pueblo herido y clama por justicia.