Una alimentación adecuada es aquella que aporta todos los nutrientes esenciales que el organismo necesita y provee energía suficiente para realizar las actividades cotidianas. De esta definición se desprende un concepto fundamental: una alimentación saludable necesita no solo calidad sino cantidad adecuada de nutrientes. La cantidad de calorías ingeridas estará en relación directa con la actividad física que una persona realice. No necesitará la misma cantidad de calorías un niño que juega al fútbol tres veces por semana y que además practica taekwondo, que aquel que está sentado en la compu todo el día.

Está demostrado que alimentarse saludablemente mejora la calidad de vida y previene el desarrollo de enfermedades. Ahora bien, lograr que una alimentación adecuada no sea rechazada por nuestros niños y sea vivida por los pequeños como una imposición, como “un remedio para la salud” que, obligadamente, deben aceptar, representa un gran desafío para los padres.

Los niños son, esencialmente, “rebeldes por naturaleza”, tienden a rechazar todo aquello que sienten como impuesto y son constantes buscadores de placer. De nosotros, los adultos, depende que la relación entre los niños y la comida se construya en forma saludable y placentera.

Los gustos por tal o cual tipo de alimento son, también, una construcción producto del aprendizaje y la cultura. Esa construcción se va haciendo desde los primeros días de la vida. La presencia o ausencia de lactancia materna y la relación del niño con su madre y el entorno dejarán una impronta que resultará un fuerte condicionante de la relación entre ese niño y la comida.

De esa manera se produce un doble condicionamiento, el  inconsciente ligado fuertemente a lo afectivo -"me gusta todo aquello que asocio con el placer"- y el consciente ligado a las costumbres familiares. "Si nadie en la casa come la sopa, por qué pretenden que yo me la coma", podría estar pensando su niño.

Por otra parte, la cultura condicionará fuertemente nuestra escala de valores. Un bebé rechoncho y cachetudo será visto como más sanito que el de la vecina, al cual se le dibujan las costillas. Es importante dejar en claro que, en nuestro país, la prevalencia (cantidad de casos por número de habitantes) de la desnutrición infantil es muy baja y por el contrario, el sobrepeso y la obesidad son una nueva epidemia responsable de numerosas enfermedades crónicas e invalidantes.

Por diferentes motivos la alimentación estaba basada casi exclusivamente en la carne de diferentes animales. La obtención del alimento era dificultosa y había que aprovecharlo muy bien cuando estaba disponible. Había que comer lo máximo que el organismo permitía y acumular la mayor cantidad de calorías posibles. No se podía saber si al día siguiente se contaría con él.

El genoma (mapa genético) entre el HSS y el hombre moderno prácticamente no ha variado. Y la conducta alimentaria está fuertemente influenciada por nuestra composición genética. ¿Cómo salimos, entonces, de este atolladero? ¿Cómo hacemos para diferenciarnos del hombre primitivo y nos acomodamos a nuestras necesidades actuales? ¿Cómo construimos hábitos alimenticios diferentes que nos permitan obtener una expectativa y una calidad de vida mejor que la de nuestros antepasados. Solo hay una forma, a través de la toma de conciencia y del aprendizaje.

Las emociones condicionan nuestro comportamiento, todo aquello que nos resulte gratificante va a tender a ser realizado y aquello que produzca displacer va a tratar de ser evitado. Así como nuestra escala de valores se construye en base a las experiencias vividas, nuestros gustos también se van desarrollando desde la temprana infancia. Puede suceder que te encanten las pastas porque las asociás con tu abuelo y con la relación que existía entre ambos. Y, por el contrario, odias la sopa porque te obligaban a comerla.

Experimentos con Resonancia Magnética Funcional (RMF) demuestran que los circuitos neurológicos que se ponen en juego durante una situación placentera de cualquier índole, son los mismos que se activan cuando ingerís una comida que te gusta.

Mucho de lo que comemos puede tener su causa en las emociones y de igual manera, nuestra dieta puede condicionar nuestro estado anímico y emocional. Hay alimentos que ayudan a calmar la ansiedad porque en su composición incluyen triptófano, un aminoácido que estimula la liberación de serotonina y nos relaja al mismo tiempo que nos vuelve más felices. Esos alimentos son por ejemplo el chocolate, la banana, las nueces o el yogur.

La alimentación consciente se utiliza hoy comúnmente para tratar trastornos alimentarios y fomentar una relación sana con lo que comemos. Abarca también la compra de los alimentos, su cocción y la transmisión de esos conocimientos a la familia, fundamental para el desarrollo de los chicos y su futura conducta alimentaria.

Está demostrado que la falta de serotonina causa distintos efectos negativos sobre el organismo, como angustia, tristeza o irritabilidad. Debido a que el cuerpo no produce triptófano, hay que conseguirlo a partir de la dieta. Por tanto, los alimentos ricos en este aminoácido actúan como antidepresivos naturales. Varios son los estudios que relacionan la serotonina con mayor sensación de bienestar, relajación, mejor sueño, autoestima más alta, mayor concentración y un mejor estado de ánimo.

Además, la serotonina tiene una importante función en el cerebro ya que establece el equilibrio entre otros neurotransmisores como la dopamina o la norepinefrina (noradrenalina). Estos neurotransmisores son importantes ya que su desbalance se relaciona con la angustia, la ansiedad y ciertos trastornos de la conducta alimentaria, la anorexia nerviosa, por ejemplo.

Asimismo, está comprobado que cuando comemos para calmar nuestras emociones escogemos más alimentos grasos, lo cual puede desencadenar su exceso en la dieta, desequilibrando la misma y causando enfermedades. Como ya dijimos nuestros antepasados pasaban mucho tiempo sin comer y en permanente actividad para conseguir alimentos.