En el siglo 19 el poblado era apenas un paraje llamado El Bravo. Pero después cambió de nombre: Weisburd.

Esta región vivió una época de esplendor, porque allí llegó a vivir con su familia en 1906 un pionero de origen judío ruso, llamado Israel Benjamín Weisburd, que en Moisés Ville (Santa Fe) había tenido almacén de ramos generales.

Con el objetivo de proveer madera de quebracho para los durmientes del ferrocarril, comenzó como encargado de la compañía maderera de Don Julius Hasse, cerca de Tintina, Santiago del Estero, adonde llegó en tren. Llegó a decirle a su patrón: “Aquí compraré un campo y echaré raíces para siempre, como el centenario algarrobo que cobija a los pájaros y al resto de los animales, como también al hombre, dando sombra, frutos, madera y abrigo”.

Poco a poco se fue independizando. Compró unas 30.000 hectáreas de bosque virgen alrededor del paraje El Bravo y a allí se fue a vivir. En 1920 llegó a despachar sus propias 80.000 toneladas de leña. En 1933 la estación El Bravo, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, pasó a llamarse Weisburd.

En 1941, Don Weisburd fue por más y desarrolló el emprendimiento industrial más grande del siglo 20 en toda la provincia: una fábrica de tanino –el oro rojo del momento- que fue competencia de la inglesa “La Forestal”. Al año ya poseía 92.500 hectáreas.

Se estima que el tanino del quebracho santiagueño era de menor calidad que el del quebracho chaqueño. El tanino era un extracto del quebracho que resultaba de chipear la madera y luego hervirla. La empresa llegó a tener unos 3500 operarios, y a funcionar las 24 horas y los 365 días del año, produciendo unas 20.000 toneladas anuales.

Para extraer el tanino y para la nueva población, aquellos colonizadores necesitaron mucha agua. Con la ayuda de su sobrino León, ingeniero hidráulico, los Weisburd diseñaron perforaciones, acueductos, represas para 17 millones de litros, con motobombas y un depósito de 20.000 litros de nafta, cisternas de hasta 50 metros bajo tierra para agua potable, y cañerías para agua corriente no potable en todas las casas. Sólo bebían agua de lluvia y para eso hicieron aljibes.

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Fueron impulsores de la canalización del río Bermejo, para proveer de agua a todo Santiago y hasta de su navegabilidad, porque Don Weisburd pensaba en el transporte por barcazas, como en Europa. El tanino se envasaba en bolsas de arpillera de 50 kilos, para ser utilizado en las curtiembres y en la perforación de pozos petrolíferos. En su mayor parte era exportado a Estados Unidos, Japón, Alemania, Cuba y Polonia. León fue cofundador de la Facultad de Ingeniería Forestal de la provincia, porque decía que el futuro de la misma estaba en la extracción racional de los recursos forestales.

Don Israel convocó a su hermano, primos, sobrinos que acudieron con sus familias, como también a técnicos de origen europeo. Dio trabajo a los nativos de toda la región, conformándose un poblado de 5000 habitantes con pleno empleo. Construyó caminos, 77 kilómetros de vías férreas, una pista para aviones sanitarios y una autovía para moverse a nafta hasta a 120 kilómetros por hora; 80 casas, 17 escuelas en diversos parajes, hospital, farmacia, biblioteca, tienda, proveeduría, 4 estaciones de ferrocarril, cine con bar y mesa de billar, clubes, luz eléctrica gratis para todos, telégrafo y 108 kilómetros de cables telefónicos. Compró una máquina que producía 8 barras de hielo cada 2 horas y montó una planta de oxígeno con mil tubos.

Todos los trabajadores podían hacer su huerta, criar animales, poner un comercio y hasta funcionaba un sindicato de la Federación de Obreros Santiagueños de la Industria Forestal. No había vales y se les otorgaban créditos.

Don Israel tenía caballos, mulas, vacas mestizadas, ovejas, cerdos, cabras, aves de corral y colmenares. Sembraba algodón, maíz, sorgo y alfalfa para pastoreo. Él había dicho: “Quiero morir sin ver ranchos en este lugar”, seguramente para erradicar el mal de chagas. Exclamaba: “Que los chicos vayan a la escuela. Deben prepararse para saber defender su futuro”. Y: “No quiero un pueblo sin fe, porque si no, se dedica al vicio”. Por eso mandó a construir una iglesia católica, siendo él judío practicante.

Pero todo ese esplendor, de pronto comenzó a declinar. Don Israel falleció en 1952, exclamando que no sucumbiría a los designios de la compañía inglesa La Forestal -que manejaba el mercado mundial del tanino- ni suspendería a ningún obrero.

Para ese entonces ya se había descubierto la planta “mimosa africana” para el extracto de tanino, y los ingleses decidieron trasladar todo ese negocio a la India. Además se supone que las nuevas leyes laborales de Perón ya no les convenían. En 1955 se celebró el Convenio de París, por el que se fijaron cupos mínimos a las empresas argentinas que competían con la mimosa. Tanto las empresas no inglesas, Weisburd, como COTAN (Compañía Taninera SRL de Monte Quemado), comenzaron a no poder vender toda su producción, debiendo achicar sus fábricas cada vez más.

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Los sucesores de Don Israel intentaron salvar a la empresa asociándose con la compañía estadounidense Williams para crear una Carboquímica, con el fin de industrializar gajos y hojas de los árboles y arbustos de la zona. Llegaron a destilar alcoholes y fenoles, y a producir una briqueta de carbón de alto poder calórico similar al carbón de piedra o coque. Se dice que hasta destilaron un componente para el combustible de los aviones. Pero se desconoce la razón por la que no prosperó.

La Forestal compró la fábrica de tanino de Weisburd y la desmanteló.

Poco a poco, muchos obreros se fueron de Weisburd en busca de mejores oportunidades y en 1969, unos 200 trabajadores, mediante un subsidio estatal, se reciclaron en una cooperativa metalúrgica y maderera. De carpintería metálica, con las máquinas del área de mantenimiento de vagones, canjeaban chapas y hierros de Altos Hornos Zapla, a cambio de carbón vegetal, con los que comenzaron a montar tinglados por toda la provincia. Y en el aserradero, hacían muebles de algarrobo y de quebracho colorado y blanco.

Hoy sólo queda en actividad la carpintería de madera, en la que apenas unos 7 integrantes fabrican mangas, tranqueras y postes para corrales, en quebracho. Explican los carpinteros que al quebracho se lo trabaja “mojado”, es decir, antes de que seque su madera definitivamente, porque se vuelve imposible de trabajar. También aprovechan el quebracho blanco, que es más blando. Lo reciben en rollos y se fabrican varillas para los alambrados.

El pueblo de Weisburd hoy cuenta con 4.000 habitantes, con calles de tierra, sin red cloacal y sin cañerías de agua corriente. La mayoría de sus habitantes no tiene trabajo y vive de planes estatales. No hay médico permanente, ni cine, y el tren no llega más.

Pero Don Weisburd les enseñó que su provincia no es pobre y que ellos tampoco deberían serlo hoy. El arquitecto Daniel Weisburd, hijo de del ingeniero León, nos brindó toda la información para esta nota y hoy brega porque el pueblo donde se crió sea declarado Patrimonio Histórico, que lo favorecería para fomentar el turismo cultural. Recomendamos su apasionado libro: “Weisburd, el pueblo de un pionero”, de abril de 2006. Les comparto su dedicatoria:

“A Don Israel, un Weisburd que con sus acciones trascendió en la vida y dejó el apellido en la historia y en la geografía. A mis padres, Vita y Leova, que me dieron la posibilidad de vivir en un lugar maravilloso y aprender a conocer la vida de la gente de nuestro país; a creer que se puede ser feliz con poco, especialmente cuando se tiene trabajo, y que es posible un mundo mejor, cuando se trabaja honestamente, y cuando se vive y se deja vivir”.