Al ingresar a la semana de Mayo todos recordamos la fecha de la creación de la escarapela que es el primer símbolo patrio argentino y simboliza no sólo el espíritu nacional sino también una etapa en la que la independencia no se podía declarar claramente.

Es un error creer que la idea de la independencia de España movió multitudes desde un primer momento. Por el contrario. Durante la Semana de Mayo de 1810, los manifestantes llevaban el retrato de Fernando VII -rey español, caído en manos de Napoleón Bonaparte– y una cinta blanca. Esta última, que simbolizaba la unión entre americanos y españoles, fue el verdadero distintivo repartido por Domingo French y Antonio Luis Beruti. Nuestra escarapela, propiamente dicha, no existía aún.

Aunque la elite revolucionaria sí buscó emanciparse desde un principio —incluso lo intentó Juan Martín de Pueyrredón antes de 1810—, no se trató de una ambición general.

La Revolución de Mayo estuvo lejos de la gesta popular americanista presente en el imaginario colectivo argentino. Fue más bien la obra de un grupo burgués y porteño que contó con el apoyo de las milicias y la beneficiosa indiferencia de las mayorías.

¿Por qué no mostraron sus intenciones abiertamente? Era sumamente peligroso aún. De allí que se ampararan tras una fingida fidelidad a España, conocida como la Máscara de Fernando VII.

En una carta de Cornelio Saavedra a Juan José Viamonte, del 27 de junio de 1811, el prócer asegura: "Si nosotros no reconociésemos a Fernando, tendría la Inglaterra derecho, o se consideraría obligada a sostener a nuestros contrarios que le reconocen, y nos declararía la guerra del mismo modo que si no detestásemos a Napoleón".

Sus palabras traslucen con claridad la coyuntura que atravesaban. Por entonces, Inglaterra y España se habían aliado contra la Francia de Bonaparte, quien había invadido a su vecino y capturado al rey. Así, las colonias españolas quedaron libradas a su suerte, en gran medida.

Inglaterra no podía apoyar abiertamente la independencia argentina, aunque lo hizo desde las sombras. De no habernos mostrado fieles a aquella "madre patria" en apuros, los británicos se hubieran visto obligados a responder por su aliado formal

Agazapados detrás de estandartes españoles, nuestros revolucionarios trabajaron por la emancipación, con marchas y contramarchas. En este marco se crea la escarapela nacional a petición del general Manuel Belgrano, quien en 1812 se encontraba en Rosario a cargo de las tropas criollas.

A  través de una nota aconsejó al Gobierno central del Primer Triunvirato que "declarar la escarapela nacional" se debía usar "para que nadie equivocara nuestras fuerzas con las del enemigo". Hasta entonces, las tropas criollas y españolas llevaban los mismos uniformes y hasta utilizaban idénticos pendones. Las luchas se volvían sumamente confusas.

La propuesta fue aceptada y el 18 de febrero de aquel año decretaron: "En acuerdo de hoy se ha resuelto que desde esta fecha en adelante, se haya, reconozca y use, la Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declarándose por tal la de dos colores blanco y azul celeste, y quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían".

Firmaron aquel documento Feliciano Antonio Chiclana, Manuel de Sarratea, Juan José Paso y Bernardino Rivadavia. La comunicación se envió inmediatamente a los gobiernos provinciales, a Belgrano, a Pueyrredón y a Artigas.

Tres días más tarde, una nota de Belgrano expresa la satisfacción con que él y sus soldados recibieron la noticia: "Se ha puesto en ejecución la orden de V. E. -dice- de fecha 18 del corriente para el uso de la escarapela nacional que se ha servido señalar, cuya determinación ha sido del mayor regocijo, y excitado los deseos de los verdaderos hijos de la patria de otras declaraciones de V. E. que acaban de confirmar a nuestros enemigos en la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América".

Bajo esta última consideración, inmediatamente Belgrano creó la bandera con los mismos colores.

En Buenos Aires, la noticia fue recibida de la peor manera. De hecho se ordenó al general "que hiciera pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente". ¿Por qué? ¿Si ya estábamos luchando contra los españoles? La situación era mucho más compleja de lo que por lo general se enseña en la escuela.

Carlota Joaquina, hermana del rey español cautivo, era a su vez reina de Portugal y, como se encontraba en Brasil, deseaba invadir nuestro territorio para proteger las posesiones de su familia de origen. Los ingleses la contenían, mientras trataban con el Primer Triunvirato, a quienes recomendaron no mostrarse abiertamente independientes.

Señala el historiador Celedonio Galván Moreno que esto "explica sobradamente los reproches que se hicieran a Belgrano por el asunto de la bandera; pues con su entusiasmo hacía peligrar el éxito de una negociación diplomática dificilísima, llamada a dar resultados concretos".

Recién en 1816, por la insistencia de José de San Martín al Congreso de Tucumán, la independencia fue declarada y la lucha se volvió plenamente abierta.

En 1935 se estableció el 18 de mayo como el Día de la escarapela, a pesar de no coincidir con la fecha de su creación.

Sin duda alguna este símbolo patrio va más allá del orgullo que puede dar a cualquier ciudadano lucirla, uniendo a los argentinos -desde la infancia- latido a latido con aquellos soldados de Belgrano y con todos los que dejaron jirones de vida por defenderla; sus formas materializan, además, un momento clave en el que sólo se podía pensar en la independencia a hurtadillas.