La vecina de Culimpio empezó con el verso de la planta de mamón, que se le trepaba en la pared, cuyo tallo carnoso sabemos que se adhieren a todos los edificios. En Corrientes y Brasil, vemos hay calles y edificios tapados por los mamones y en nada afecta a las edificaciones.

Culimpio, por no andar mal con su vecina, sacó de raíz a la imponente planta, del que se surtían de sus frutos también sus vecinos.

Pasó un corto tiempo, otra vez su vecina lo denunció, fue por la planta de granado, cuyas raíces argumentaba que se extendía a los cimientos de la vivienda.

Culimpio, con su desafilada hacha y su pala sin punta, después de haber regado tantos años el granado, con mucho dolor por la denuncia de su vecina, lo convirtió en leña y los niños del barrio se quedaron sin dulce de mamón y sin el fruto del granado.

Pero lo más sorprendente, después de un tiempo, fue cuando esta misma vecina, aduciendo que era alérgica al olor de la mandarina, usando un certificado médico trucho, lo denunció otra vez y nuevamente le impusieron que convirtiera en leña al mandarino, que crecía imponente en el centro del patio, en el fondo de la vivienda. Todos los niños del barrio venían a degustar el dulce fruto de la mandarina de Culimpio.

La verdad que el hombre que tenía nombre de tonto, pero era más corrido que liebre en el batatal, escapando a los galgos de autoritarismo del juarismo, a la corruptela del iturrismo, se animó a enfrentarla a la misma Nina de Juárez de la Gestapo Femenina, con su experiencia, se dio cuenta de la maniobra, lo que quería su falsa vecinita era que no le dejara rastros de que Culimpio pasó en esa vivienda más de 20 años cuando vinieran a hacer la inspección ocular, ya que el crecimiento de los arbustos y otras mejoras son prueba irrefutable de su ocupación.  

Después se comprobó que la vecina preparaba una estrategia judicial con una cuestionada jueza y lo quería dejar en la calle. Lo que buscaba con sus denuncias antojadizas era quedarse con la vivienda del pobre hombre, el que fiel al gesto de vecindad, muchas veces se desveló por cuidar los bienes de su vecino, que siempre se iba dos o tres veces por año de vacaciones a gastar lo que le dejaban de ganancia los encapuchados que llegaban a comprar repuestos para calmar la abstinencia de los motores con escape libre.

Todo fue la ambición de ampliar su mansión y convertirla en una fastuosa vivienda, en la desesperada búsqueda de elevar la prosapia de su apagado linaje, del que siempre renegó porque decían que no tenía pedigree y cuentan que donde no la conocían se presentaba como que provenía de la familia de la condesa de Babilonia Espina de Catilón, cuando en realidad había nacido en medio de los viscacherales.

Lo cierto y concreto es que este personaje, haciendo gala de su camuflada personalidad, porque el indio sigue siendo indio (o en este caso india), por más que tenga plata, iba a buscar la forma de llegar a su fin sin importar los medios, por los que, sin códigos, buscaba convertir en su víctima al pobre Culimpio.

Cuentan en el cuento que por monedas intentaron varias veces comprar la vivienda y ante la negativa, pergeñaron la estrategia, confiados en el dinero y sus influencias políticas. El objetivo era dejar al pobre Culumpio y su corta familia en la calle y ellos instalados en la vivienda, claro, para poder lograrlo tenían preparado a un personero que prestaría su nombre al que habían previsto le adjudicarían, ya que la vivienda en la que ellos viven también se la compraron a un ex adjudicatario.

Pero para que la ficción se acerque más a la realidad, es necesario ponerle al cuento la presencia de algunos protagonistas de la obra y el cuento sea más cuento, ya que la maniobra que encabezaba una administradora de Justicia se desmanteló cuando un hombre con el poder único en la provincia levantó el teléfono y frenó la injustica.

Imagínese y póngale usted, señor lector, el nombre a estos personajes de esta increíble historia de ficción, que si se parece con alguna realidad que usted conoce, no es más que una coincidente casualidad. En el próximo número la segunda parte.