En el pueblo chaqueño, vecino a la ciudad de Monte Quemado, del mismo modo que otra especie igual sorprendió a los visitantes de la plaza Libertad, de la ciudad Capital de Santiago del Estero, aquí también un kakuy se asentó en la punta de un palo, sorprendiendo a los vecinos de esa localidad limítrofe de Chaco.

Esas largas noches de monte, desde las 21 hasta la madrugada, cuando las estrellas diminutas observaban la vida en el monte sobre los límites de estas dos provincias, irrumpía el canto del kakuy. Era escuchado desde lejos. Los hacheros sentían respetuoso miedo y los cazadores se santiguaban. “Urutaú” en guaraní y en Brasil lo llaman “Jurutaui”. De plumaje pardo oscuro. El vocablo proviene del quechua “kakuy”: permanecer, quedarse. Será porque se queda totalmente quieto por horas, cuenta hoy del diario El Norte de Chaco.

Varios de estos pájaros se han avistado en los pueblos del oeste de Chaco y Santiago del Estero (Los Frentones, Pampa de Los Guanacos; Los Pirpintos, Pampa del Infierno), como lo fue en Taco Pozo y Monte Quemado. Quizás se deba a los grandes desmontes que día a día dejan sin hogar a cientos de especies, o las acorralan a una segura extinción. Al aparecer en los pueblos genera una atracción por horas.

Lanza durante la noche una especie de alarido prolongado, lo cual acrecienta aún más su leyenda, algunos lo consideran benefactor; otros de mal agüero. Es una especie sedentaria que habita en los bosques abiertos y sabanas. Pone un solo huevo blanco liliáceo manchado, directamente en una depresión en una rama o tocón de un árbol.

El kakuy es pariente cercano de los “atajacaminos”. Tiene de 33 a 38 centímetros de largo total y es pálido grisáceo tirando al castaño, finamente rayado con negro. Tiene los ojos color naranja o amarillo, grandes. Este insectívoro nocturno caza desde una percha o posición elevada. Pasa el día posado erguido en lo más alto de los árboles, con el cual se mimetiza como si fuera parte de él.

Al kakuy por la noche se lo ubica por la reflexión de luz de sus ojos amarillos o por su grito melancólico persistente, como un lamento humano, que disminuye en intensidad y volumen.