Por María Seoane.- Podemos hablar de que el de Evo Morales fue el mejor gobierno de la historia de Bolivia y no sólo porque, como dijo Alberto Fernández con justeza, “es el primer presidente de Bolivia que se parece a los bolivianos”.

Los datos socioeconómicos no dejan dudas sobre el antes y el después de sus 13 años de gobierno: redujo la pobreza, alfabetizó y recuperó los recursos naturales nacionalizados para su patria plurinacional, donde crecía el sueño de la integración de los pueblos originarios con los descendientes de los conquistadores.

Se puede hablar, también, de la reiterada condición golpista del etnofascismo boliviano, la derecha que odia a los indios y a los negros, representada estos días por el empresario santacruceño Luis Fernando Camacho y los dirigentes políticos, como Carlos Mesa, alianza que define la esencia de los 188 golpes militares de la historia boliviana desde 1825. Y el golpe de estado contra Evo Morales es el 189.

Ningún país de Latinoamérica tuvo tantas interrupciones de su vida política. Ninguno. Pocos se desangraron como Bolivia. Ninguno tuvo, como el de Evo, la persistencia popular de 13 años de gobierno, amado por las mayorías y odiado por las minorías supremacistas. Ninguno tuvo, como Bolivia, la marca más decisiva de sus razas ancestrales heridas en una conquista colonial brutal sobre su cultura y sus tierras, y ahora sobre sus riquezas naturales: a eso apunta el apoyo indisimulado de mister Trump, al golpe de Estado contra Morales.

Se puede afirmar que el sentimiento supremacista blanco y golpista se explica muy bien en los intereses económicos que Camacho perdió de sus empresas de energía estatizadas por el “indio”, “el cholo” -como le dicen despectivamente los racistas criollos a Evo-, muy parecidos a los insultos a los “choriplaneros” o “cabecitas negras” con que se trata en estas tierras a los protagonistas de gobiernos distributivistas como el peronismo. Y cuando hablamos de Bolivia también hablamos de nosotros, porque los dilemas culturales nos anudan en América Latina y nos determinan como nunca. El neoliberalismo -la furia financiera del capitalismo, con forma de timba y concentración de la riqueza- nos iguala en la desgracia. Nos iguala en las amenazas.

Nos iguala en la necesidad de defender nuestras patrias de la depredación de su cultura, de sus democracias, de sus gobiernos, de sus memorias, de sus recursos naturales. Trump pudo haber dicho -porque Bolivia tiene el 70% de las reservas de litio de la Amazonía- antes de decidir la bendición del golpe de los militares y los etnofascistas de Camacho: “Caramba, el litio es mio, mio, mio” y no de los chinos, como pensaba Evo, que estaba avanzando en un acuerdo con China para que la explotación de ese material sirviera para la etapa de industrialización de Bolivia.

¿Se puede hablar de que los Estados Unidos volvieron, para terror nuestro, a sus viejas doctrinas de seguridad nacional que regó de dolor y sangre nuestra patria latinoamericana en los años setenta? Se puede. También se puede hablar de que si eso ocurre es porque el Lawfare y las fake news para derrocar gobiernos se gastaron infinitamente en la inútil persecución a Lula, a Dilma, a Cristina Kirchner, a Rafael Correa… Se puede hablar del infinito dolor del gobierno del presidente saliente Macri y su cancillería sumisa al imperio, aunque podría entenderse también en clave de identidad: Camacho revista en los Panamá Papers, también.

Pero se puede y se debe hablar del amor por la solidaridad de México, de su doctrina humanitaria del asilo como regla y medida de la paz. Los que fuimos argenmex -exiliados en la patria de Cuauhtémoc- lo sabemos. Y estamos seguros que, por esa solidaridad, Evo salvará su vida de las furias depredadoras de la hydra neoliberal, que lanza sus cabezas de fuego sobre nuestros pueblos. Y se puede pensar que nosotros, los argentinos que inauguramos nuevo gobierno el 10 de diciembre con Alberto y Cristina, estaremos rodeados de territorios en disputa, no sólo violentas por la rapiña de los recursos naturales, sino por la lucha por los derechos conculcados, como en Chile; por el violento Bolsonaro, parido por elecciones amañadas luego de la cárcel injusta de Lula; por la furia injerencista guerrera con el pueblo venezolano.

Se puede hablar de tantas cosas: de la cultura de la equidad y los derechos humanos en peligro por la ola expropiadora del capital financiero, padre y madre de este golpe de Estado contra el gran Evo Morales, cuya Wiphala, bandera multicolor, sigue siendo la utopía de los hombres y mujeres justas de nuestra América Latina, que hoy tiene sus venas abiertas…Tan abiertas que nos obliga a tener también los ojos abiertos, porque como escribió alguna vez Eduardo Galeano, “En América todos tenemos algo de sangre originaria: algunos en las venas, otros, en las manos”.