Cuando ya había caminado unos 100 metros, se detuvo para observar y escuchar, pero nada nuevo le llamo la atención. Los tunales habían quedado casi a su izquierda y se mostraron a sus ojos por alguna fracción de minuto cuando la luna lograba penetrar a través de las nubes que habían cambiado su algodozo aspecto por un color oscuro y tormentoso.

Se acercó con cuidado tratando de percibir algún movimiento o ruido, pero todo se agitaba y sacudía a su alrededor a consecuencia del fuerte viento, tornando difícil la observación y la escucha. La oscuridad era casi total y en esas condiciones es una temeridad tratar de transitar por el monte. Alberto avanzaba con suma precaución, moviendo en abanico el cañón del arma para no chocar con alguna planta espinosa. Ahora el viento era por momentos arrachado y hacia chicotear peligrosamente el ramaje en todas las direcciones, castigando con fuerza el suelo vecino. No le pareció prudente a Alberto continuar la marcha en esas condiciones y buscó refugio en unos matorrales próximos, esperando en cuclillas a que decreciera un poco los embates del viento. Él había venido avanzando por un estrecho sendero que apenas se insinuaba entre la oscuridad y se quedó observando es “camino” con intenciones de utilizarlo en el regreso, pues ya había desistido de seguir explorando. Inesperadamente la luna se mostró allá arriba por una fracción de segundo y su oportuna ayuda, le permitió a Alberto percibir la presencia de un bulto oscuro que se movía en su dirección por el mismo itinerario que él había echo para llegar hasta ahí. Un vivísimo relámpago le mostró otra vez la misma cosa, pero más cerca.  Debido a la rapidez de la visión no pudo apreciar lo que era, pero sí tuvo la certeza que se movía con precaución, como arrastrándose. Trató de escuchar, pero nada anormal pudo detectar y no se animó a utilizar todavía la linterna pues temía ahuyentar a su inesperada compañía. Rápidamente hizo un análisis mental de la situación y llegó a la conclusión de que se trataba de un puma que venia siguiendo su rastro. Pero esta hipótesis no le pareció acertada teniendo en cuenta el gran tamaño del bulto he incluso su color oscuro, distinto al pelaje pálido del puma. Entonces pensó que podía tratarse de un oso hormiguero que por su abultada cola adquiría mayor volumen. También podría ser un Tapir, pero desechó esta idea cuando recordó que el doctor Bravo le había dicho que ese animal no existía por esa región. De todas maneras, pensó que lo cierto era que “eso” estaba allí, a no más de veinte pasos y se acercaba con sigilo olfateando sus huellas. Apretó con fuerza el arma, aguzando la vista como queriendo penetrar la densa oscuridad y afino su olfato. En ese momento sintió que su corazón latía con fuerza inusitada. Todo su ser pareció vibrar como una campana de bronce al presentir el peligro y su mano se cerró como una garra sobre la linterna buscando, con torpeza, el interruptor. Por fin la luz hendió la noche con un rayo blanco y rapidísimo… pero nada. Allí no había absolutamente nada. Esto lo lleno de pánico pues su eventual enemigo no solo había notado su presencia, sino que adivinó su intención de sorprenderlo con la luz. Ahora él estaba en inferioridad de condiciones con respecto a ese ser desconocido que bien podía estar agazapado y talvez acercándose desde otra dirección. Sus reflexiones lo llevaron a buscar en derredor con agitada ansiedad, pero nada descubrió; solo obtuvo una visión sobrecogedora de un mundo vegetal moviéndose enloquecido en todas las direcciones y un olor penetrante y desagradable percibió en ese instante.

Su primera intención fue la de salir corriendo; mejor dicho, no fue una intención simplemente sino un imperioso mandato de todo su ser que lo impulsaba a escapar. Sin embargo, su juicio inteligente le indicaba lo contrario; correr era ni más ni menos que ponerse en el rol de cordero con respecto al león y quizás fuera eso lo que su desconocido enemigo estaba esperando. Pero era menester, no obstante, cambiar sigilosamente de lugar y así lo hizo con sumo cuidado, tratando de no denunciar sus movimientos. Los tunales, en pos de los cuales había salido, quedaban a su derecha como a diez pasos y desde allí había un descampado que le permitiría llegar, sin dificultad, hasta la carpa.

Casi tan repentinamente como se había echo presente, el viento comenzó a decrecer en intensidad y un leve rumor se alzo de la floresta que ahora se estremecía bajo los efectos de un fuerte y repentino chaparrón. Entonces el bosque se cubrió de un aroma dulce y agradable y la luz vivísima de un relámpago iluminó, por un segundo prolongado la escena, quitándole su aspecto tenebroso.

Con la ropa empapada, Alberto corrió por el descampado dirigiéndose en línea recta hacia la carpa. Aparentemente todo había pasado ya y bendijo a la lluvia que ahora caía con más fuerza aún, acompañada de una sucesión de truenos y relámpagos.

Jadeando ruidosamente ingreso a la carpa, pero allí no estaba el doctor Bravo; solo piquico lo miraba con curiosidad.

  • ¿Doctor? – llamo despacio, creyendo que quizás su compañero se encontraba cerca.
  • ¡doctoor! Volvió a insistir con más fuerza al no obtener respuesta.
  • ¡¡Doctooor!! – pero nada le respondió.

Afuera llovía todavía intensamente.

  • ¿Dónde podrá estar? – se preguntó en voz alta y salió a llamarlo a gritos abocinando la boca con ambas manos. La evidencia de la ausencia del doctor lo llenó de temor, pues era muy posible que, al despertar y no encontrarlo a él, se haya internado en el bosque en su búsqueda. Al notar que no se encontraban en su lugar el wínchester y la linterna, ya no tuvo dudas; su compañero había salido y probablemente antes de la lluvia, pues allí estaba su capa de agua.