Desde la altura y a la distancia, el lugar donde descenderían parecía una mancha parda muy pequeña, tanto que costaba imaginar que pudiera permitir el aterrizaje.

Sin embargo, y al perder altura, fue ganando tamaño y mostrando algunos detalles de sus formas. Por alguna razón allí no crecieron arboles de gran tamaño, pero estaba cubierto de matorrales de baja altura. Casi en un extremo divisaron una vizcachera que vino como anillo al dedo para el aterrizaje.

El primero en descender fue Alberto y en cuanto lo hizo, sintió una extraña sensación de incomodidad muy parecida a la claustrofobia. Le pareció que el horizonte se levantaba tan alto como para atraparlo aislándolo del cielo, quitándole el oxígeno, estrechándolo en un gigantesco y poderoso abrazo vegetal. Se quedo así por un instante, comprimido por la naturaleza callada y hostil, hasta que un ladrido de piquico lo volvió a la realidad; entonces se apresuro a colaborar con el doctor Bravo y el piloto que en ese momento descargaban lo víveres, carpa, además de otros efectos varios que habían podido cargar en este primer viaje.

  • ¿Dónde están las estacas y los parantes de la carpa?
  • En ese paquete verde – contesto el doctor Bravo - ¿piensas levantar la carpa en este momento?
  • ¿No te parece mas conveniente que antes desocupemos el helicóptero? Así ganamos tiempo para hacer el segundo viaje con el resto del equipo.

 Trabajaron con entusiasmo y en poco más de dos horas ya habían levantado la carpa, alisada la tierra y echas las zanjas para el drenaje en caso de lluvias, etcétera.

Alberto continúo procurando acomodar los tanques de agua en un pozo para conservarla fresca y protegerla de cualquier imponderable. Todavía se sentía muy lejano, el ronronear del helicóptero en su regreso; mañana traería el resto del equipaje. Piquico soltó un quejumbroso ladrido en dirección al poniente, probablemente presintiendo la languidez de la tarde. El sol ya no se vería por ese día pues hacia mas de una hora que había desaparecido detrás de un corpulento algarrobo.

A eso de las 18:30 Alberto y el doctor Bravo suspendieron sus labores y aunque aún faltaban mucho por hacer, resolvieron ocuparse de los quehaceres más inmediatos, es decir, la preparación de la cena y el orden interno de la carpa; pero antes descansaron un poco utilizando como asiento un tronco caído, probablemente abatido por un rayo. Un cigarrillo fumado en silencio matizó el momento en tanto que piquico no había satisfecho aún su instinto explorador. Se lo veía muy preocupado en el seguimiento de alguna pista, olfateando aquí y allí, con las orejas en apresto y el musculo tenso para dar la cometida.

  • Seguramente es un “ piche” lo que preocupa a nuestro amigo – comento el doctor Bravo, que lo había estado observando.
  • ¿un piche? – pregunto Alberto.
  • Sí. Es una especie de mulita muy común en casi todo el Noroeste.

Las sombras de los árboles comenzaron a oscurecerse aun más abreviando la tarde y metiendo el sosiego en la vida salvaje; pausa que, por supuesto será aprovechada por el amo silencioso de esas soledades, el puma. Carnicero nocturno de instinto asesino por naturaleza, que a esa hora ya dejaba su madriguera para vigilar los atajos y pasadizos transitados por los animales menores que regresan a sus dormideros.

  • Será conveniente que recojamos leña para el fuego – dijo el doctor Bravo incorporándose de su improvisado asiento.
  • Yo preparare el farol y todo lo necesario para la cena – dijo Alberto, acompañándolo en su iniciativa y se puso a hurgar entre los cajones.

Esa primera noche transcurrió sin mayores emociones en el campamento.

  • Esta carne frita esta exquisita – elogio el doctor Bravo – no sabia que eras tan excelente cocinero.
  • Me defiendo apenas. Alicia suele decir lo mismo, pero pienso que lo hace por cumplido; sin embargo, ha logrado convencerme de que tendría un gran futuro como cocinero.

Rieron de la ocurrencia.

  • Mañana después de descargar lo que traiga el helicóptero haremos una incursión en los alrededores para conocer el terreno que nos rodea – dijo Alberto.
  • Sí. Pero antes debemos hacer una especie de jaula para guardar en su interior los víveres. No es conveniente dejarlos al alcance de cualquier animal- dijo el doctor Bravo.

El doctor Bravo parecía que soñaba ya, cuando Alberto abrió lo que seria su diario. En la página número uno hizo referencias al descenso, a las tareas realizadas en la jornada y por supuesto dedicó un breve párrafo al gran ausente: Sachaioj.

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Apenas despunto el alba, ya había una gran actividad en el nobel campamento. Alberto y el doctor unían palo uno al lado del otro atándolos con una resistente fibra silvestre para confeccionar un resguardo para los vivieres.

  • ¡Qué fuerte es esta fibra! – comento Alberto - ¿cómo se llama?
  • “sachalazo” – contesto el Doctor.
  • Traduzca por favor.
  • Quiere decir “lazo del monte” en quichua.
  • ¿tiene alguna relación con Sachaioj, porque me suenan parecido? – pregunto Alberto.
  • Sí alguna relación tiene porque Sachaioj quiere decir monte, salvaje. Ambos términos tienen una raíz común que es Sacha.

Quedó bastante bien la jaula y un robusto gajo de algarrobo sirvió para colgarla.

Cuando terminaron de guardar los vivieres en la flamante “alacena”, sintieron el motor del helicóptero que se acercaba trayendo el resto del equipo, pero simultáneamente un gran estrépito los sorprendió. Algo que estaba muy próximo a ellos escapo dando bufidos al parecer asustado por la sorpresiva presencia del aparato. Era fácil de suponer, a juzgar por el ruido que hacía, que se trataba de una bestia pesada y robusta. Los hombres visiblemente alarmados se miraron entre sí por una fracción de segundo y luego, como impulsados por un mismo resorte, corrieron en dirección al lugar donde suponían había estado escondido el curioso y desconocido visitante; buscaron con ansiedad, pero no encontraron rastros suficientemente claros como para poder identificarlo. Solo descubrieron los vestigios de su precipitada huida: gajos tronchados y nada más. A la distancia escucharon los ladridos de piquico que había salido en persecución.

  • ¿Tiene idea de lo que puede haber sido? – pregunto Alberto.
  • No, pero ya encontraremos explicación. Si es un animal curioso probablemente volverá. Debemos estar muy atentos.

“Debemos estar muy atentos” había dicho el doctor Bravo y esa frase quedo suspendida en el aire.

  • Al parecer se trata de algo grande y pesado – reflexionó Alberto.
  • Sí, pero no alcanzo a darme una explicación todavía, aunque no debemos preocuparnos demasiado. Generalmente los animales salvajes suelen ser muy curiosos.

Ninguno de los dos mencionó el nombre de Sachaioj, pero ambos, en su fuero íntimo, no pudieron dejar de evaluar la posibilidad de que fuera éste el misterioso visitante.

Cuando salieron del monte y vieron el helicóptero que ya había aterrizado y parado sus motores, recién recordaron su presencia debido a la fuerte impresión que había dejado en ellos el reciente acontecimiento vivido. Sin embargo, ninguno de los dos comento al piloto lo que habían escuchado.

  • Esto ya tiene aspecto de campamento – comento el piloto – debieron trabajar duro.
  • Todavía falta mucho por hacer – contesto Alberto.
  • ¿Cuánto tiempo piensan quedarse? – pregunto el piloto.
  • Tanto como nos sea posible – tercio el doctor Bravo.
  • Les deseo buena suerte y ojalá tengan éxito en lo que se proponen. Si se les ofrece algún otro servicio, gustosamente me pondré a sus órdenes. Ya saben donde encontrarme.
  • Lo tendremos muy en cuenta señor Carrizo y le estamos muy agradecidos por sus servicios que han sido muy eficientes – contesto Alberto al tiempo que le entregaba un cheque por el precio convenido – eso sí le pediré un ultimo favor. Que me despache esta carta cuando llegue a Santiago.
  • Por supuesto. Lo hare gustosamente.
  • Es para mi novia – dijo Alberto.
  • Puede estar seguro que esta misma tarde la despacharé.

Un apretón de manos selló la despedida. El piloto, antes de alejarse definitivamente, dio una vuelta sobrevolando el campamento y pareció que su mano se agitaba en señal de saludo. Finalmente enfiló hacia el sur y se perdió detrás de las primeras copas del bosque. Alberto y el Doctor quedaron un segundo más contemplando el lugar por donde había desaparecido el aparato y seguramente recién comprendieron el aislamiento que debían soportar. Hasta ese momento ninguno de los dos le dio mayor importancia a las circunstancias que los rodeaba. El helicóptero había sido en cierta manera y sin que ellos se dieran cuenta, un fuerte eslabón que los unía con la civilización y un aporte de seguridad. Pero ahora ese eslabón se había cortado repentinamente mostrándoles su verdadera situación. De aquí en más serían otras las circunstancias; su seguridad dependería de ellos y de los mayores o menores peligros que ese territorio les reservaba.

En ese momento apareció piquico trotando en dirección a ellos y mostraba a simple vista, los efectos del esfuerzo que había realizado.

El noble animal se paró un momento para contemplar a sus amos como reclamándoles una palabra de reconocimiento. Luego se echo a descansar a la sombra de un matorral. Jadeaba aún, pero mantenía atenta su mirada hacia la espesura. Alberto se acerco a él y le habló como los humanos les hablan a los perros, sin esperar respuesta y piquico seguramente comprendió q se le estaba reconociendo su valor.

Mientras tanto, el doctor Bravo sacaba de entre el equipo un viejo wínchester, calibre 38 que había heredado de su padre y tomando al paso un puñado de cartuchos, se los echo al bolsillo. Luego colgó de su cinturón la pequeña cartera de cuero donde guardaba la brújula y las cartas topográficas de la zona he hizo lo mismo con una cantimplora llena de agua. También tomo un machete y así equipado, camino en dirección a Alberto que ahora jugaba con piquico.

  • Saldré un momento Alberto.
  • Si me aguarda un segundo, lo acompañaré – contesto Alberto
  • Por supuesto, te esperaré, pero por favor apúrate; estoy ansioso por dar una vuelta por los alrededores. Sencillamente me resisto a creer que nuestro visitante de esta mañana no haya dejado algún rastro como para poder identificarlo.
  • Comprendo y comparto su curiosidad doctor. En un segundo estaré con usted.