Pedimos disculpas a nuestros lectores por habernos salteado el capítulo 6 |El comisario Gómez miraba con cierta curiosidad y escepticismo a sus dos interlocutores, quienes cómodamente sentados frente a su escritorio, le explicaban los motivos de su presencia en el lugar.

¿Sachaioj? - dijo – pero es una leyenda tan vieja como conocida; aquí nadie cree realmente que ese personaje exista.

  • ¿y las huellas que alguna gente asegura haber visto? - pregunto Alberto.
  • Es cierto que hay quienes aseguran eso, pero es gente sin instrucción, muy supersticiosa, cuyo testimonio carece de seriedad. Puedo asegurarles señores que han hecho el viaje de balde, Sachaioj es simplemente una vieja leyenda. Ahora si me permiten me voy a sentir muy honrado si ustedes me acompañan a almorzar.

Durante la comida el tema de Sachaioj volvió; esta vez “enganchado” por el doctor Bravo que, encarando tangencialmente el asunto, se interesó en saber si la Policía tenía conocimiento de la existencia de hechos anormales, o por lo menos no debidamente esclarecidos en la zona.

  • Mi jurisdicción es tranquila. Les aseguro que desde que estoy a cargo de ella, y ya van para… a ver si, 2 años y 6 meses, no hemos hecho otra cosa que custodiar algunos bailes, de vez en cuando algunas cuadreras, patrullajes y nada más.
  • ¿Hubo algunas denuncias de pobladores que específicamente se relacionen con la leyenda de Sachaioj?
  • Realmente hubo algunas. Esta pobre gente creía que Sachaioj les diezmaba la majada, pero se trata indudablemente de leones que abundan en las zonas. Les aclaro que aquí se le llama león al puma. En una sola noche- prosiguió el comisario- le voltearon 40 cabras a doña Etelvina. Lo más lamentable fue que también el cabrero pereció esa noche.
  • ¿El cabrero?, ¿es un animal?
  • Es un perro que de muy cachorro se lo cría con la majada. Duerme con las cabras y mama su leche; las cabras lo protegen como un cabrito más. Por la mañana, cuando el rebaño sale a pastar, el cachorro debe acompañarlo. Así hasta que cuando son perros grandes, se tornan temibles cuando un extraño se acerca a la majada. Por supuesto, su fino olfato le permite conocer la presencia cercana del león, y cuando esto ocurre, empieza a dar ladridos de alerta y a arrear los desprevenidos animales hacia lugar seguro. A veces, apremiado por las circunstancias, debe pelear con el león hasta que llegue la gente. En el caso del cabrero de doña Etelvina, el pobre animal no tuvo ayuda ya que sus amos estaban en el pueblo celebrando el casamiento de un pariente.
  • ¿Lo mato o quedo malherido? - se interesó Alberto.
  • ¿malherido? Por supuesto que no. Prácticamente le destrozo la cabeza y le descuartizo una pata.
  • Pobre animal- acoto el doctor Bravo.
  • Dígame comisario ¿cómo supieron que realmente fue el león? - pregunto Alberto.
  • Mire, cuando el león ataca a una majada son conocidos los vestigios que deja: sus huellas indican que el gato corretea, retoza y hasta parece que goza del terror de sus víctimas. Luego las comenzara a matar con golpes certeros que las desnucan. Las cabras que tratan de huir, se desesperan para ganar distancia, pero el león las alcanza con rápidos saltos. Al otro día la consternación de doña Etelvina era muy grande; la pobre comenzó a correr por el lugar reconociendo los animales muertos aquí y allá. El león normalmente no devora todas sus víctimas y solo come una parte de ellas, matando al resto por puro placer y porque es un carnívoro asesino. Otra costumbre que tiene este felino es arrastrar el resto de la presa que comió y taparla con ramas u hojas secas. Al parecer tiene el propósito de retornar al lugar, pero la mayoría de las veces se le adelanta el zorro que siempre aguarda en los alrededores.
  • Realmente es interesante su relato señor Comisario. ¿usted es de la zona? - pregunto el doctor Bravo- No soy de aquí. Nací en Loreto, una localidad que se encuentra como a 50km al Sur de la Capital. El pueblo de los “turcos” suelen decirle, porque aquí en Santiago se les llama turcos a los árabes. En realidad, yo no conocía a ningún turco, pero me crie entre árabes. Son gente inclinada al comercio por naturaleza. Algunos de ellos vinieron al país siendo muy jóvenes y pasaron gran parte de su vida transitando los caminos polvorientos ofreciendo baratijas. Por eso se les llama “mercachifles”, ocupación que para los criollos en general, resulta hasta cierto punto despreciable. Sin embargo, los “turcos” amasaron grandes fortunas e hicieron estudiar a sus hijos carreras universitarias y son ellos, quienes ahora detentan el poder económico y podría decirse hasta político de loreto. Paradójicamente, los hijos de los criollos, trabajan en relación de dependencia con los hijos de los turcos. ¿Qué me dice?
  • Mire- dijo Alberto- yo pienso que debemos felicitar a los árabes.
  • Por supuesto- dijo el Comisario- ¿Quién les habrá dicho a nuestros paisanos que el comercio es denigrante? Los Fenicios lo fueron en la Europa antigua y es un pueblo a quien la civilización le debe la existencia de muchas ciudades progresistas sobre el Mediterráneo. Por ejemplo, Valencia.
  • Es cierto- contesto el doctor Bravo e intentó hacer una defensa del criollaje- pero esa situación a la que usted alude, es a mi parecer, el resultado de distintas civilizaciones y que lógicamente no tenían la misma escala de valores. Nuestro criollo de campo, tiene una formación rural, forjada en otro crisol, donde el coraje y virilidad en general, son los únicos valores apreciables en el hombre en desmedro de los bienes económicos por excelencia. Descendiente de conquistadores y de indio, ¿de qué otra manera podía pensar? Nuestro gaucho prefirió domar potros, enlazar, pialar y pasar jornadas completas cabalgando y evidentemente gracias a él y a su inclinación natural, hoy somos un país con más de 50.000.000 de cabezas.

El doctor Bravo hablo con la convicción no solo de los que saben, sino también de lo que sienten. Su padre había sido uno de esos criollos, sencillos, callados y valientes. Tropero por imposición geográfica había dedicado gran parte de su existencia a arrear ganado por caminos polvorientos desde Santiago a Santa Fe, a veces con la sola ayuda de un perro. El doctor Bravo era joven aun cuando su padre falleció. Los troperos no viven mucho. La ingesta de tanto polvo levantado por cientos de pezuñas jornadas tras jornadas, las heladas a campo abierto y otras peripecias terminan por minar la resistencia de los hombres. Recordaba vagamente su imagen callada y austera cuando preparaba su viejo wínchester cada vez que debía salir con tropa hacia el Sur.

La defensa que hizo el doctor Bravo de la idiosincrasia criolla, dejo a los comensales reflexionando callados. Finalmente, el Comisario cambio de tema.

  • ¿Cuándo piensan hacer el reconocimiento aéreo?
  • Pensamos efectuar un recorrido esta tarde- contesto Alberto y dirigiéndose al piloto le pregunto- ¿a qué hora crees que podemos partir? El piloto que no había intervenido en la conversación, tomo la servilleta y limpiándose el bigote más que la boca que apenas se insinuaba por debajo de la espesura contesto.
  • El tiempo es bueno y el pronóstico también. De manera que no veo ningún inconveniente de salir cuando ustedes quieran.
  • Hace bastante calor ahora- dijo el Comisario, pero finalmente reflexiono- aunque creo que ustedes serán dichosos con la frescura del aire allá arriba.
  • No lo crea- corrigió el doctor Bravo- allá arriba también hace calor.
  • ¿En ese caso, no les parece más conveniente esperar un poco? - dijo el Comisario con aire bonachón- aquí hay comodidades para hacer una siesta.
  • No señor Comisario. Le agradecemos mucho la gentileza, pero queremos ganar horas de luz- contesto Alberto.
  • Así es- agrego el doctor Bravo mientras se incorporaba. Estamos ansiosos por observar desde el aire las aguadas que puedan existir. Nuestra intención es instalar el campamento base en algunas de ellas.
  • Lamentablemente doctor- dijo el Comisario- esos territorios no son conocidos. Sabemos que son montes interminables. Mucha gente se ha perdido allí. Jamás se supo nada de ellos, como si la tierra se los hubiera tragado.
  • ¿Y no los buscaron? - pregunto Alberto visiblemente sorprendido.
  • Si jovencito- contesto el Comisario- pero nada se supo de ellos. Mire, hace unos 8 meses el hijo de don Ranulfo García, muchacho de unos 19 años, salió siguiendo los rastros de la majada que desorientada por el Viento Norte que ese día soplo fuerte habían extraviado el camino de regreso. Esa noche sus padres y hermanos lo llamaron a gritos desde el borde del monte. Nadie contesto. Luego salimos en su búsqueda. pero lamentablemente llovió copiosamente y perdimos el rastro. Jamás supimos nada de él.
  • ¿Y la majada? - pregunto el piloto que ya había tomado confianza.
  • No volvió nunca- contesto el Comisario.
  • Pero eso no es lógico- insistió Alberto.
  • En Buenos Aires tal vez no lo es- corrigió el Comisario- pero aquí en el monte santiagueño es muy posible. No es la primera vez, ni será la última, que estos pastores paguen con su vida la defensa de su rebaño tragado por el monte.