La capital santiagueña se sitúa sobre la marguen derecha del caudaloso Rio Dulce, cuyo cause es transpuesto por un gigantesco puente carretero y ferroviario vinculando a la casi 5 veces centenaria capital, con la simpática ciudad de La Banda.

Al ingresar a Santiago por su parte sur, es decir por la ruta 9, se tiene la impresión de que se está conociendo a una antigua ciudad. La arquitectura de sus edificios, señoriales, con sus macizas y altas puertas labradas insinúan la existencia detrás de ellas, de grandes salones, suntuosos cortinados, finas porcelanas, brillantes fiestas y damas antiguas con grandes peinetones.

“Madre de ciudades” reza una leyenda esculpida en piedra sobre un gigantesco arco a la entrada misma de esa vieja ciudad, cuyos fundadores allá por el año 1553, la enclavaron en el corazón de una llanura boscosa, cuyos horizontes se prolongan en los 360 grados, con una regularidad asombrosa. En efecto, casi toda la provincia, excepto su ángulo sureste, adolece de un paisaje monótono, constante y sin perturbaciones geológicas que insinúen la presencia de cerros o elevaciones. Santiago del Estero, es por excelencia, una inmensa llanura boscosa.

El avión en que viajaban el doctor bravo y Alberto descendió como un pájaro plateado con las alas muy abiertas por entre algunas nubecillas en procura de la pista de aterrizaje llamada “Mal Paso”. A penas fue percibido por el pasaje cuando las ruedas del aparato tocaron tierra una y otra vez, hasta continuar rodando hacia la cabecera de la pista. Luego carreteo lentamente hasta aproximarse a las instalaciones.

Un aliento caliente lo sorprendió Alberto cuando atravesaba la puerta del aparato. Entonces recordó las palabras de la azafata que minutos antes había anunciado la temperatura ambiente: 38º C. Recordó también que su compañero de viaje, el doctor Bravo, le había dicho que la columna mercurial solía, en ocasiones, alcanzar los 48ºC.

Mientras el automóvil taxi que los conducía recorría la autopista hacia la capital santiagueña, Alberto echo un vistazo hacia la vegetación próxima al camino. Era de un verde oscuro fuerte y achaparrada. El doctor Bravo le explico que estos arbustos ocupan ahora el lugar donde en otros tiempos proliferaban los quebrachos, algarrobos y otros arboles de gran tamaño que fueron desapareciendo por la presencia del hombre que los talo en procura de su madera o tanino.

  • Es una verdadera lástima- agrego- que no se haya encarado con tiempo, una política de protección y conservación de la riqueza forestal de estas regiones. Cuando se tendieron los ferrocarriles, sus ramales penetraron hondamente en el bosque y durante muchos años las chatas cargueras regresaban cargadas de troncos de quebrachos haciendo virtualmente desaparecer esta especie de los grandes espacios. Las poblaciones que así fueron apareciendo compuesta por hacheros, fueron perdiendo su empuje a medida que las familiares copas de los quebrachos colorados, iban desapareciendo del horizonte vegetal. Estos pueblos se empobrecieron y si no se convirtieron en “poblados fantasmas”, fue por el proverbial apego que el santiagueño tiene a su terruño natal. Lógicamente, los jóvenes emigraron. Estas circunstancias se ven claramente en las “pirámides de población”: hay más viejos que jóvenes. Son pueblos de escaso crecimiento vegetativo. El doctor Bravo hablaba con la convicción del estudioso. Él había dedicado gran parte de su vida al estudio de estos núcleos poblacionales que se situaban al Noreste del Rio salado. Aseguraba que el contenido humano de la llamada “Diagonal Fluvial” situada entre los dos grandes ríos, es decir el Salado y el Dulce, tenían por su ubicación geográfica, grandes posibilidades de desarrollo, adelantando el cultivo de primicias que luego serán enviadas a los grandes centros de consumo.
  • ¿El territorio que vamos a explorar ahora queda al Noreste del Salado? - pregunto Alberto.
  • En efecto- contesto el interrogado- ¿en que otro lugar podría vivir nuestro amigo Sachaioj?

Rieron con mucho gusto dando por terminada la intrascendente charla, en tanto que el chofer maniobraba para estacionar frente al hotel a donde habían pedido alojamiento con anterioridad.