En el viejo y casi abandonado camino que une al paraje El Cambiado con la localidad de El Bobadal, en el departamento Pellegrini, vecinos aseguran que volvieron a escuchar el alarido dolido de un hombre y el tropel de un caballo que se dispara en la oscuridad, arrastrando coronillas que nadie aún logra ver.

Todos en la zona relacionan los gritos y el tropel del animal con encuentros fantasmagóricos que tendrían relación con la misteriosa desaparición de un hombre que hace más de 40 años salió de su casa por ese camino y no pudo ser encontrado en lo que sería una historia trágica de amor y traición.

No hay nadie que en la zona de Las Delicias, El Cambiado y El Bobadal, que por estos días de no hable del “espanto del camino”, que los volvió asustar. Anoche, durante las tormentas, los vecinos no se atrevieron a pasar por el trecho, donde son muchos los que cuentan haber sido sorprendidos por los gritos aterradores de este hombre, para luego escuchar el tropel del animal que se acerca arrastrando coronas, pero a pesar de pasar junto, nadie vio nada.

En torno a este caso, los pobladores de esta parte del departamento Pellegrini, limitantes con la provincia de Tucumán, cuentan una apasionante historia de amor y traición, entre una joven mujer y un hombre mayor, al que con su amante habrían matado y nunca pudieron dar con su cuerpo.

Investigación

El caso policial, investigado por El Municipal Web, apunta a la desaparición de don Adrián Molina, quien en la década de los sesenta integraba una banda de forajidos que asolaba poblaciones limítrofes de Santiago del Estero y Tucumán.

Molina fue visto por última vez en la década de los 80, según detallas los añejos expedientes que se tramitaron para entonces en el destacamento policial de El Cambiado y en la Comisaría Seccional 32 de Nueva Esperanza.

Este medio logró recopilar algunos antecedentes relacionados a la misteriosa desaparición y logró establecer que la banda de forajidos, llamada “Shonko” azolaban las zonas del sudeste de Pellegrini y el noroeste de la provincia, asaltando algunos ingenios, desvalijando viviendas e infundiendo el terror por la violencia con la que acometían sus fechorías.

La banda estaba integrada por al menos diez delincuentes, entre los que se encontraban Adrián Molina, descrito como un hombre “muy rudo”, de cuerpo delgado, tez trigueña, estatura mediana y de fiera mirada que hacía notar de inmediato su peligrosidad, como un telón que dejaba entrever el sadismo con el cual actuaba.

Pasaron los años y esa peligrosa banda cayó en manos de la Justicia. Sin embargo, la historia recién comenzaba.

Del amor a la traición

Molina, luego de cumplir con su condena en la cárcel, y ya en libertad, se vio sólo ya que se encontraba sin familia, por lo que recurrió a pedir ayuda al comisario que lo persiguió, detuvo y mandó a la cárcel. Fue el que lo ajustició quien le tendió una mano, dejando que cuidara su finca.

Molina, entrado en años y con su cuerpo golpeado por la vejez, aún mantenía esa fiera mirada que lo acompañó siempre. Para ese entonces tenía 65 años y vivía solo, se preparaba la comida, se lavaba la ropa, hacía lo que podía para sobrevivir.

En esa zona, según cuenta la leyenda, vivía una familia integrada por el padre y varios pequeños (habían quedado huérfanos de madre). Como la pobreza entregaba un clima de inestabilidad, para subsistir, los niños hacían cualquier trabajo.

La hija mayor de esta familia, una niña de doce años, fue a pedirle trabajo a Molina a cambio de un plato de comida. Él la recibió y, con el correr de los años, esa relación, que en principio fue laboral, se fue convirtiendo en amorosa.

Cuentan los vecinos que la mirada fiera de Molina se fue transformando en serena y dulce, tal vez por la profunda huella que marcó la jovencita en su corazón, a quien le dedicaba horas de cariño; dejando en el pasado sus días como gaucho matrero que, con cruel sadismo, atacaba a sus víctimas.

Molina, poco a poco se convirtió en un dedicado esposo y padre de varios hijos que tuvo con la niña-mujer. Pero aquellos felices años fueron cubiertos por negras nubes. En el pueblo se rumoreaba que la joven le era infiel.

El anciano padre de familia, que pisaba los 75 años, salió un día al polvoriento camino que va de El Cambiado a El Bobadal a hacer dedo para viajar hacia La Ramada (Tucumán), donde todos los meses cobraba su pensión. Esto fue lo último que se supo de él. Nunca más apareció.

Hasta el día de hoy nadie sabe qué pasó con él. Los pesquisas no encontraron ni un rastro. Pero, para los pobladores de El Cambiado y de El Bobadal, el ex matrero fue asesinado.

Ante las insistentes versiones de que Molina fue asesinado y enterrado en la misma finca el destacamento policial de El Cambiado, a cargo de Adelmo Frías, indagó a la esposa y, ante las contradicciones de la misma, la detuvieron junto al amante, siendo conducidos a la comisaría 32 de Nueva Esperanza.

Fue grande la sorpresa cuando descubrieron que, por unos metros, la finca no correspondía a su jurisdicción, ya que se encontraba en el límite con la provincia de Tucumán, por lo que los detenidos fueron puestos en libertad y el caso quedó archivado.

El cuerpo de Adrián Molina no apareció jamás y el amante de la muchacha pasó a ser su concubino. Los vecinos señalan que es su alma la que transita por los montes y caminos reclamando justicia.

Los lugareños indican que, cuando está por cambiar el tiempo, se escuchan los clamores de un hombre que pide piedad. En un trayecto, el camino está totalmente deshabitado y ningún paisano se atreve a transitar de noche solo.

Estos días, antes de la tormenta, los lugareños escucharon nuevamente el grito herido de Adrián Molina y el tropel desenfrenado de su caballo, arrastrando coronas por la oscuridad.