Por Culimpio.- A Culimpio lo habían invitado a una fiesta de los intelectuales del pueblo, donde después de la cena, copa va, copa viene. Ya tomaditos, los presentes al verlo calladito, del campo no faltó quien levantando el vaso con el dulce jugo de uva, con ínfulas de superioridad y con ánimo de ridiculizar le preguntó:

“¿Cuánto pesa este vaso?” Y Culimpio quedó callado. Y la respuesta burlona de todos los intelectuales del pueblo no se hizo esperar, y a coro respondieron: “entre 200 y 250 gramos”.

Desde una cabecera de la mesa se escuchó a una profesora decir: “¿Cómo lo van a invitar a esta fiesta a este pobre hombre que no representa al conocimiento intelectual de nuestro pueblo?”.

Culimpio, que en medio de las corbatas permanecía callado, sin proponerse se convirtió en el centro de las humillaciones y las carcajadas de los sabios, que con el buen jugo de la uva en varios pasajes de la reunión, burlándose estirando el brazo mostrando el vaso, volvían a reiterar la pregunta, a la que él animado por unos tragos del buen vino que rompió con su timidez, finalmente se animó a responder a los intelectuales de “cuánto pesa un vaso” y les dijo:

“El peso absoluto del vaso no es importante, depende de cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo un minuto, va a pesar lo que es su verdadero peso, 200 o 250 gramos, como ustedes los intelectuales han dicho y no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más difícil se vuelve soportarlo. Entonces no depende del vaso, sino de cuánto tiempo lo tengo con el brazo extendido”.

Todos quedaron callados, y Culimpio, se fue pensando en la sabiduría de los intelectuales de su pueblo.